I´m just trying to
survive
What if what you do to
survive
kills the things you
love?
Fear´s a powerful thing
It can turn your heart
black you can trust
It´ll take your God
filled soul
And fill it with devils
and dust
Bruce Springsteen. Devils and dust.
Solo estoy tratando de sobrevivir
¿Y si lo que haces para sobrevivir
mata las cosas que amas?
El miedo es algo poderoso,
puede convertir tu corazón en negro.
Tomará el Dios de tu alma
y lo llenará de diablos y polvo
¿Y si lo que haces para sobrevivir
mata las cosas que amas?
El miedo es algo poderoso,
puede convertir tu corazón en negro.
Tomará el Dios de tu alma
y lo llenará de diablos y polvo
Esta
foto tiene mucho significado. Quizá te resulte una foto sencilla, ¿qué pinta
una manita de bebé (mi hijo) sujetando unas llaves (las de mi casa y por lo
tanto su casa)? Al niño no se le ve la cara por lo que no queda claro cuál es
el motivo de la foto ni que se busca con ella, ¿las llaves? ¿el niño? Lo cierto
es que hace casi cuatro años pensaba que esta foto jamás podría hacerla. De ahí
el significado que tiene para mí.
Desde
que comenzaron los problemas pensé que se solucionarían relativamente rápido.
Al principio confié en la buena fe de la gente que tenía capacidad de
solucionar el problema. Después no.
Detrás
de un escollo que aún no estaba resuelto esperaba otro aún peor: retraso en las
obras, concurso de acreedores, pruebas médicas, negociaciones con el
administración concursal, citas sin fecha, acuerdos con SAREB… y los ahorros de
toda una vida pendientes de un hilo. Escollos tras escollos, ¿por qué no se
podía resolver todo de un plumazo? Todo se volvió negro. Parecía que no podía
escapar de todo aquello que me estaba afectando a mi día a día, a mi humor y a
mi relación. Me despertaba sobresaltado por las noches pensando en
(literalmente) matar al cabrón que nos estaba puteando. Hasta entonces nunca
había sentido el sabor metálico de querer matar a alguien. No me servía la
bicicleta ni el deporte como válvula de escape cuando otras veces así lo había
sido. Tampoco repetirme una y otra vez que todo eso no era importante, que lo
que sí lo era es la salud, la propia y la de los míos. Pero tampoco me valía de
nada y no salía del oscuro ciclo.
Entonces
se me ocurrió escribir un libro. Así me centraría en otra cosa durante el
tiempo que no paraba de darle vueltas al coco. ¿Sobre qué podía escribirlo? Ya
que el deporte y la bici en particular habían significado tanto para mí, pensé
en escribir sobre Gino Bartali, el ciclista que había salvado a 800 judíos
durante la segunda guerra mundial (y a un cristiano después de que muriera). Entonces,
cuando me despertaba sobresaltado por las noches, en lugar de darle vueltas a
lo mismo trataba de imaginarme el desarrollo de las etapas del Tour, del Giro,
las subidas a puertos míticos de los Alpes, los Pirineos y en cómo podía
enfocar la novela. Ya no volví a notar el sabor metálico al despertarme
sobresaltado.
Después
de eso, me he dado cuenta que tuve que empezar a escribir un libro sobre
ciclismo para recordarme algo que me había enseñado la bicicleta hace muchos
años: no se puede pretender subir un puerto de primera de una sola pedalada.
Desde
que me enfrenté a mi primer puerto de este tipo tuve claro que antes de nada
hay que conocer cómo es: cuantos kilómetros tiene, que metros de desnivel
subes, el perfil… Con eso puedo calcular el porcentaje medio de sus rampas y de
sus kilómetros. Porque metido en la faena de subir un puerto de primera, inconscientemente
lo divido en kilómetros. Así, a
medida que voy subiendo, mentalmente descuento los que me quedan para llegar a
la cima y acabar con el esfuerzo.
Eso
sí, si el kilómetro es duro, si el cansancio comienza a estar presente en el
ritmo del pedaleo, si la respiración se convierte en jadeos… entonces ese
kilómetro hay que dividirlo para dosificar los esfuerzos. Lo que hago es partir
mentalmente el kilómetro hasta donde la vista me alcanza. Normalmente suelen
ser curvas. Las hay abiertas que se
confunden con el paisaje si están lejos. También las hay tan cerradas que no me
permiten ver la carretera hasta que no las tengo encima. Luego están las
temidas revueltas que hay que saber afrontar por su lado con menos pendiente.
Si el kilómetro se me hace duro lo
dividido a su vez en curvas. Curva a
curva completo los kilómetros que me harán subir el puerto.
Pero,
¿qué ocurre cuando veo que entre curva y curva hay una gran cuesta? Aquella en la que no me queda
más remedio que ponerme de pie encima de la bicicleta, brazos a las manetas y
bailar de un lado a otro. Da igual en que kilómetro esté y la cantidad de
tramos entre curva y curva que haya afrontado. Si levanto la mirada para ver lo
que queda no puedo hacer otra cosa nada más que suspirar. Sé que la gasolina se
va acabando, quizá no pueda con ella… pues hay que seguir dividiendo para
vencerla. Porque, aunque en ese momento no lo crea, no hay una cuesta que
mantenga la pendiente de sus rampas
igual, por muy corta que sea. Tengo que dividir la cuesta en rampas.
Primero una y después la otra. Reservando en la primera para afrontar la
segunda, para superar la cuesta,
llegar a la curva, para terminar el kilómetro de todos los que me quedan
del puerto de primera.
Hay
líneas en la carretera. Están en el
centro de la calzada si es una carretera principal. Si voy por un puerto de
alta montaña tendría que fijarme en el arcén, ahí también están. Son blancas,
cortas o largas, estilizadas o gruesas y lo más importante: regulares. Si me he
fijado en ellas es porque voy por una rampa dura, muy dura que hace el ritmo
sea lento, muy lento. Siento como las piernas me queman y la respiración lleva
un ritmo delirante. No dejo de sudar por todo mi cuerpo y no paro de mirar todo
el rato el desarrollo que llevo para comprobar tristemente que he metido todo.
No me queda nada para suavizar la fuerza que estoy haciendo. Me fijo en las líneas que voy superando porque cuando
no puedo más afrontando las rampas
(que determinan las cuestas para
llegar a las curvas que harán que
termine el kilómetro y después el
puerto de primera) me dan fuerzas para culminarlas.
Cuando
voy al límite y creo que no puedo dividir más el esfuerzo para superar las
líneas me doy cuenta de una cosa: Pedaleo.
Siento el movimiento. Cuando un pie baja, el otro sube. Y cuando sube, noto
como toda la pierna se relaja, aunque sea poco. Ínfimo. Por fin noto un breve
respiro. Después de pasar ese momento de debilidad puedo seguir dividiendo el
puerto en líneas, rampas, cuestas,
curvas y kilómetros para batirlo.
Así
volví a recordar que los grandes problemas, como un puerto de primera, hay que
dividirlos, partirlos en otros más pequeños que puedan resolverse mejor.
Y
si no se solucionan, hay que dividirlos más aún.
Escollo
tras escollo.
Y
si hace falta pedalada a pedalada.
Así
hasta que los pequeños problemas permiten dar un respiro.
Por
eso no se puede pretender subir un puerto de primera de una sola pedalada.
Gracie, Gino. Te sigo debiendo un libro.
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