lunes, 23 de septiembre de 2013

Mi primera pájara


Todavía no había cumplido los dieciocho años y aquel verano salía a montar en bici un día sí y otro también. Siempre salía por el carril bici y después por la zona de San Martín de la Vega. Aquel verano mis padres y yo pasamos 10 días en Alicante. Me lo pasé muy bien allí ya que hice amistad con la gente que vivía en la zona y eso que al principio no les conocía. A pesar de eso, echaba de menos a mi bicicleta así que al día siguiente de volver de Alicante me levanté pronto, desayuné un café rápido y me fui a quitar el mono de bici haciendo una ruta corta hasta San Martín de la Vega. Ida y vuelta unos 48 km.

Cuando llegue a San Martín y empezaba el camino de regreso a casa me crucé con un compañero de mi peña JUYMAR. Le llamábamos el 54. Ese era su mote porque ese era su número de socio del club. Sencillo. Paramos y nos saludamos "pero niño ¿Ya vuelves tan pronto? ¡Anda! ¡Anda! Acompáñame a Chinchón" (hasta allí ida y vuelta son 100 km). Sabía que serían muchos kilómetros pero también es cierto que estaba volviendo muy pronto por lo que me animé. Fuimos subiendo por la cuesta que conocemos como Valgrande y después se llega a Chinchón una vez que subes por los Molinos. En esta última cuesta notaba que seguir al 54 estaba siendo un suplicio. Recuerdo que en Chinchón pinché y tuve que cambiar la cámara. Eso me remató. Cuando volví a subir a la bicicleta después de arreglar el pinchazo mis sensaciones eran bastante malas. Parecía que no tenía fuerza para nada e incluso me costaba pensar. Las piernas ya no daban más de sí y el cuentakilómetros no pasaba de 22 km/h llaneando. Estaba completamente apajarado. Me comí un plátano que llevaba en un bolsillo del maillot pero ya era demasiado tarde. Apenas noté que me aportaba energía. La vuelta a casa pasaba por Titulcia, Ciempozuelos y San Martín. El 54 me seguía acompañando y yo no paraba de decirle que él se fuera hacia delante, que yo ya llegaría a Getafe pero él, perro viejo sobre la bici, no paraba de animarme y en Titulcia me invitó a una coca cola. Aproveché la parada para llamar a casa para decir que llegaría tarde, que no me encontraba muy bien pero que no se preocuparan, que iba con un compi de la peña.

De Titulcia a Ciempozuelos apenas hay 5 kilómetros pero se me hicieron eternos. Una vez que pasamos Ciempozuelos hacia San Martín había un coche que estaba aparcado en un camino perpendicular a la carretera y su conductora estaba intentando cambiar una rueda, había pinchado. El 54 me dijo que íbamos a parar a descansar ahí un rato. La conductora al ver que parábamos nos pidió ayuda para cambiar la rueda y yo me disculpé diciendo que no estaba para ayudar. Lo que hice fue tumbarme en el suelo y levantar los pies apoyados en el capó. Una pena no haber hecho una foto del momento, uno cambiando la rueda de un lado mientras otro estaba tumbado con los pies en el capó por el otro lado. El 54 cambio la rueda y le pidió un favor a la chica: si me podía acercar a casa. Y así fue. No recuerdo como en un coche sin portón entraron dos bicicletas de carretera, la conductora, el 54 y yo pero así fuimos hasta Getafe. Descargué la bicicleta del coche apenas a 200 metros de casa y no tenía fuerzas para montar. Mi padre me abrió la puerta con el ceño fruncido (no le hizo falta decirme nada, para mí con eso bastaba para saber que la había cagado) y un bol lleno de fruta que me comí sin cambiarme.

De todo se aprende y lo que aprendí de esa experiencia es que desde entonces al montar en bici hago un desayuno en condiciones, que no hago más kilómetros de los que me he propuesto, que como antes de que me llegue la sensación de la pájara y que siempre que veo un ciclista en apuros pregunto si puedo ayudarle.