miércoles, 8 de octubre de 2014

Segundo, el impulso (VIII)



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Viene de aquí.

Jesse va de camino al instituto, cabizbajo. Esa mañana entra pronto, pero no va a esperar a Ruth en la puerta como así ha hecho los otro días. Y no lo va a hacer porque esté enfadado con ella, ni mucho menos. Entiende que le dijera la primera calle que se le pasó por la cabeza cuando le preguntó en cual vivía. ¿Cómo se le ocurrió preguntarle eso? ¿Cómo se lo iba a decir así, a la primera de cambio? ¿En que estaba pensando? Ese es el problema: no piensa cuando ella está cerca. No sabe el motivo, ni la razón. Se pone nervioso, se bloquea. Sólo puede mirarla embobado.  
Se siente avergonzado de sí mismo. Tanto que no quiere volver a verla. Más bien no quiere que ella le vea a él. Afortunadamente Ruth es de primero año y el de segundo, no tendrían por qué coincidir en las clases, que es bastante. Ha pensado mucho en ello, la clase de ella está cuatro puertas más cerca de la entrada que la suya por lo que es Jesse el que pasará por donde ella. Menos mal. No quiere imaginarse que se ella quien pase por la puerta de su clase y le viera. También podrían verse en los momentos comunes como los recreos. Pero él lo tiene fácil, ya que en ese tiempo aprovecha para entrenar con Charles en el gimnasio, o en el patio trasero. Lo malo, recuerda, que de vez en cuando hay gente que en el tiempo de recreo también se deja pasar por allí, ¿y si fuera Ruth? Uffff. Se intenta convencer de que es mejor no pensarlo.
Termina de subir las escaleras del instituto mirando al suelo, distraído. Ve una pequeña china, le da una patada y esta sale disparada hacia las piernas de una chica que se apartan de la trayectoria de la piedra.
—¡Vaya! Solo faltaba esto —cuando levanta la mirada se da cuenta que es Ruth. Al menos en su tono no hay enfado.
Jesse se queda congelado. Quiere morirse de la vergüenza. Mira otra vez al suelo.
—¡Ups! Perdona. Ha sido…
—Bueno, realmente soy yo quien te debe una disculpa… —Ruth no le deja terminar.
—No te preocupes. No debí… —nervioso se rasca la sien.
Tras un breve silencio, Ruth le dice:         
—¿Qué te parece si empezamos de nuevo? —ella sonríe mientras le tiende la mano en señal de saludo —mi nombre es Minnie Ruth Salomón.
Jesse la mira sorprendido, se descubre sonriendo también y estrechando su mano.
—El mío es Jesse Owens.
—Muy bien, Jesse Owens. Así que llevas un año estudiando aquí por lo que creo que puedes contarme algunas cosas…
Los dos se sientan en el último peldaño de las escaleras y hablan del instituto, de los profesores. El chico se da cuenta que puede enlazar palabra tras palabra y mantiene una conversación fluida con ella mientras que mira sus preciosos ojos marrones. Inexplicablemente puede conservar la calma, observa las pequitas que cubren su carita y admira su gesto: su mano apoyada en la barbilla mientras con la otra se aparta el pelo que le cae en la frente.
No son conscientes que han pasado cientos de alumnos por la puerta hasta que suena un timbre llamando a la primera clase. Jesse le dice a Ruth:
—Creo que es hora de ir a clase.
—Sí. Es la hora.
Ambos se levantan y entran en el edificio. Antes de cruzar la puerta de su clase, Ruth le dice:
—Mark Twain. Vivo en la Calle Mark Twain. Ya sabes, el de las aventuras de Huckleberry Finn.
Jesse solo puede sonreír. Cuando Ruth no le ve el chico brinca de alegría.