jueves, 25 de septiembre de 2014

Segundo, el impulso (V)


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Viene de aquí.
Charles ejercita a Jesse tres veces a la semana. Lo hace en horario de mañana para que pueda seguir yendo a trabajar a la zapatería por las tardes, por lo que no queda más remedio que el alumno se salte alguna clase. Eso sí, a cambio se ha comprometido a aprobar todas las asignaturas. Si no lo hiciera, automáticamente dejaría de entrenar. Se lo ha dejado bastante claro. Al entrenador también le supone intercambiar alguna de sus clases con sus compañeros para poder dedicarse a la preparación particular. Confía en las capacidades innatas de Jesse por lo que solo hay que saber orientarle para que pueda llegar a ser un gran deportista. 
Jesse entrena en el mismo patio del colegio. Muchos días, después de correr durante algo más de quince minutos, practica las salidas, la capacidad de reacción y la técnica de carrera. Otros días realiza series de velocidad, progresivos y cambios de ritmo. Los menos entrena en el gimnasio del instituto: isométricos, flexiones, dominadas y lanzamiento de balón medicinal.
Después de tres meses de entrenamientos, Charles se da cuenta que Jesse, habiendo progresado rápidamente desde el principio, ahora le cuesta avanzar en la técnica. No parece entender porqué hace determinados ejercicios que no relaciona con el fácil movimiento de correr. Durante días se pregunta qué puede hacer para que Jesse siga mejorando. Una mañana Charles le propone algo:
—Me gustaría llevarte a un sitio pero tendría que ser un sábado. Si te avisara con tiempo, ¿podrías faltar esa mañana al trabajo?
—Si claro, entrenador —desde que empezaron a trabajar juntos es así como le llama.

 
Charles pasa a recoger en coche a Jesse a la puerta del instituto, donde han quedado un sábado por la mañana. Cuando Jesse entra en el vehículo se da cuenta que alguien más va en el asiento trasero.
—Jesse, te presento a mi hijo Charly. Charly, él es Jesse.
 Antes de que estreche la mano, se da cuenta que Charly no es normal. Tiene la cara alargada, extremadamente fina, la mirada bizca, los brazos están algo torcidos y en una posición que a él le resultaría incómoda. Más que sentado, está tumbado sobre el asiento. En alguna ocasión el entrenador le ha hablado de su hijo, pero en ningún momento le ha dicho que sea lisiado.
—Hola Charly. Encantado. —Se estrechan las manos.
—¡Jesse! ¡Jesse! ¡Jesse! —Charly grita de alegría.
—Si, hijo. Es Jesse. Tranquilo. —a través del espejo retrovisor Charles mira a Jesse. —Le he hablado mucho de ti y se ha emocionado al conocerte. Tú también quieres correr igual de rápido que Jesse, ¿Verdad?
—¡Sí! ¡Correr Jesse!
Automáticamente Jesse mira las piernas de Charly. Los pantalones son deportivos y marcan unos muslos delgados, como el resto de su cuerpo. Jesse sonríe y pregunta:
—¿Corres?
Hay un silencio incómodo en el coche y Charles contesta desde el asiento del piloto:
—No. Pero lo hará.

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