jueves, 30 de julio de 2015

El niño y las llaves.



I´m just trying to survive
What if what you do to survive
kills the things you love?
Fear´s a powerful thing
It can turn your heart black you can trust
It´ll take your God filled soul
And fill it with devils and dust

Bruce Springsteen. Devils and dust.

Solo estoy tratando de sobrevivir 
¿Y si lo que haces para sobrevivir 
mata las cosas que amas? 
El miedo es algo poderoso,
puede convertir tu corazón en negro.
Tomará el Dios de tu alma 
y lo llenará de diablos y polvo 




Esta foto tiene mucho significado. Quizá te resulte una foto sencilla, ¿qué pinta una manita de bebé (mi hijo) sujetando unas llaves (las de mi casa y por lo tanto su casa)? Al niño no se le ve la cara por lo que no queda claro cuál es el motivo de la foto ni que se busca con ella, ¿las llaves? ¿el niño? Lo cierto es que hace casi cuatro años pensaba que esta foto jamás podría hacerla. De ahí el significado que tiene para mí.
Desde que comenzaron los problemas pensé que se solucionarían relativamente rápido. Al principio confié en la buena fe de la gente que tenía capacidad de solucionar el problema. Después no.
Detrás de un escollo que aún no estaba resuelto esperaba otro aún peor: retraso en las obras, concurso de acreedores, pruebas médicas, negociaciones con el administración concursal, citas sin fecha, acuerdos con SAREB… y los ahorros de toda una vida pendientes de un hilo. Escollos tras escollos, ¿por qué no se podía resolver todo de un plumazo? Todo se volvió negro. Parecía que no podía escapar de todo aquello que me estaba afectando a mi día a día, a mi humor y a mi relación. Me despertaba sobresaltado por las noches pensando en (literalmente) matar al cabrón que nos estaba puteando. Hasta entonces nunca había sentido el sabor metálico de querer matar a alguien. No me servía la bicicleta ni el deporte como válvula de escape cuando otras veces así lo había sido. Tampoco repetirme una y otra vez que todo eso no era importante, que lo que sí lo era es la salud, la propia y la de los míos. Pero tampoco me valía de nada y no salía del oscuro ciclo.
Entonces se me ocurrió escribir un libro. Así me centraría en otra cosa durante el tiempo que no paraba de darle vueltas al coco. ¿Sobre qué podía escribirlo? Ya que el deporte y la bici en particular habían significado tanto para mí, pensé en escribir sobre Gino Bartali, el ciclista que había salvado a 800 judíos durante la segunda guerra mundial (y a un cristiano después de que muriera). Entonces, cuando me despertaba sobresaltado por las noches, en lugar de darle vueltas a lo mismo trataba de imaginarme el desarrollo de las etapas del Tour, del Giro, las subidas a puertos míticos de los Alpes, los Pirineos y en cómo podía enfocar la novela. Ya no volví a notar el sabor metálico al despertarme sobresaltado.
Después de eso, me he dado cuenta que tuve que empezar a escribir un libro sobre ciclismo para recordarme algo que me había enseñado la bicicleta hace muchos años: no se puede pretender subir un puerto de primera de una sola pedalada.
Desde que me enfrenté a mi primer puerto de este tipo tuve claro que antes de nada hay que conocer cómo es: cuantos kilómetros tiene, que metros de desnivel subes, el perfil… Con eso puedo calcular el porcentaje medio de sus rampas y de sus kilómetros. Porque metido en la faena de subir un puerto de primera, inconscientemente lo divido en kilómetros. Así, a medida que voy subiendo, mentalmente descuento los que me quedan para llegar a la cima y acabar con el esfuerzo.
Eso sí, si el kilómetro es duro, si el cansancio comienza a estar presente en el ritmo del pedaleo, si la respiración se convierte en jadeos… entonces ese kilómetro hay que dividirlo para dosificar los esfuerzos. Lo que hago es partir mentalmente el kilómetro hasta donde la vista me alcanza. Normalmente suelen ser curvas. Las hay abiertas que se confunden con el paisaje si están lejos. También las hay tan cerradas que no me permiten ver la carretera hasta que no las tengo encima. Luego están las temidas revueltas que hay que saber afrontar por su lado con menos pendiente. Si el kilómetro se me hace duro lo dividido a su vez en curvas. Curva a curva completo los kilómetros que me harán subir el puerto.
Pero, ¿qué ocurre cuando veo que entre curva y curva hay una gran cuesta? Aquella en la que no me queda más remedio que ponerme de pie encima de la bicicleta, brazos a las manetas y bailar de un lado a otro. Da igual en que kilómetro esté y la cantidad de tramos entre curva y curva que haya afrontado. Si levanto la mirada para ver lo que queda no puedo hacer otra cosa nada más que suspirar. Sé que la gasolina se va acabando, quizá no pueda con ella… pues hay que seguir dividiendo para vencerla. Porque, aunque en ese momento no lo crea, no hay una cuesta que mantenga la pendiente de sus rampas igual, por muy corta que sea. Tengo que dividir la cuesta en rampas. Primero una y después la otra. Reservando en la primera para afrontar la segunda, para superar la cuesta, llegar a la curva, para terminar el kilómetro de todos los que me quedan del puerto de primera.
Hay líneas en la carretera. Están en el centro de la calzada si es una carretera principal. Si voy por un puerto de alta montaña tendría que fijarme en el arcén, ahí también están. Son blancas, cortas o largas, estilizadas o gruesas y lo más importante: regulares. Si me he fijado en ellas es porque voy por una rampa dura, muy dura que hace el ritmo sea lento, muy lento. Siento como las piernas me queman y la respiración lleva un ritmo delirante. No dejo de sudar por todo mi cuerpo y no paro de mirar todo el rato el desarrollo que llevo para comprobar tristemente que he metido todo. No me queda nada para suavizar la fuerza que estoy haciendo. Me fijo en las líneas que voy superando porque cuando no puedo más afrontando las rampas (que determinan las cuestas para llegar a las curvas que harán que termine el kilómetro y después el puerto de primera) me dan fuerzas para culminarlas.
Cuando voy al límite y creo que no puedo dividir más el esfuerzo para superar las líneas me doy cuenta de una cosa: Pedaleo. Siento el movimiento. Cuando un pie baja, el otro sube. Y cuando sube, noto como toda la pierna se relaja, aunque sea poco. Ínfimo. Por fin noto un breve respiro. Después de pasar ese momento de debilidad puedo seguir dividiendo el puerto en líneas, rampas, cuestas, curvas y kilómetros para batirlo.
Así volví a recordar que los grandes problemas, como un puerto de primera, hay que dividirlos, partirlos en otros más pequeños que puedan resolverse mejor.
Y si no se solucionan, hay que dividirlos más aún.
Escollo tras escollo.
Y si hace falta pedalada a pedalada.
Así hasta que los pequeños problemas permiten dar un respiro.
Por eso no se puede pretender subir un puerto de primera de una sola pedalada.
Gracie, Gino. Te sigo debiendo un libro.