jueves, 31 de julio de 2014

Crónica de una etapa del CC JUYMAR.


"¡Con lo fácil que es esto! ¡Si solo hay que dar pedales!"

 

El reloj de la Plaza del Ayuntamiento marca las 7:57 y un ciclista recorre la Calle Madrid hacia allí. Cada domingo se cita junto al resto de sus compañeros frente al Ayuntamiento, dependiendo del mes a una hora distinta. En verano, como es el caso, quedan a las ocho para evitar que la etapa se alargue hasta el mediodía, cuando el calor aprieta. En cambio, en invierno la hora de la cita es más tarde para evitar el frío de la primera hora. De camino a su destino se cruza con varios grupos de trasnochadores que deambulan cansados, un chico le grita: "¡Vamos Contador!". El ciclista ni se inmuta, está acostumbrado al típico ánimo etílico que acompaña al nombre del ciclista de moda. En su día era el de Perico, más tarde Induráin. Aunque de todos, el más repetido es el del segoviano, que nunca ha pasado de moda. Si así hubiese sido indicaría la edad tardía del trasnochador a lo cual el ciclista podría haberle contestado: "¡Vete para casa que ya tienes una edad!".

El reloj marca en sus grandes números amarillos las 7:58 y el ciclista ya ha llegado a su destino. Allí hay nueve de sus compañeros. No son tantos como otras veces ya que las vacaciones hacen que haya gente que se salte su cita ciclista dominical. En otras ocasiones se han llegado a juntar más de treinta. Alguno de los jubilados está sentado en uno de los bancos de la plaza, esperando la salida. Otros están en pequeños grupos en los que comentan los hechos de la última etapa: las rampas más duras del Herradón, el frío, el continuo subir y bajar de las carreteras de Ávila...

Son las 8:00 y hay quien pregunta por alguien que falta. Otro le recuerda que está en la playa. A las 8:01 suenan unas campanas. El jubilado se pone en pie: "Vámonos ya, que por ahí están llamando a misa". Como si fuese el aviso de salida todos van montando sobre sus bicicletas y se oyen multitud de clacsclacs del enganche de los pedales automáticos. La etapa que les llevará hasta Chinchón comienza.

Si algo hay claro en el club es que hasta la parada del avituallamiento siempre se va en grupo por lo que el principio es muy tranquilo. Hay que reagruparse en fila de a dos para ir todos juntos. Esto permite que puedan ir hablando con la persona con la que se forma pareja. Unos y otros van comentando. Por las fechas que son el tema principal de debate es el Tour. Que si hubiese estado Froome o Contador hubiese sido otra carrera, que si Valverde nunca ganará un Tour… Así pronto se desvían a la carretera que une Pinto con San Martín de la Vega. En esta hay una pequeña cuesta por lo que los más lentos se quedan un poco atrás. El resto baja el ritmo para esperarles. Cuando el coche del club llega tras el último, aumentan de nuevo la velocidad para ir otra vez en grupo.

En el desvío para encaminarse a la cuesta de la Radio cogen a un compañero que va solo. Él prefiere salir antes e rodar tranquilamente hasta que en un punto que previamente ha calculado le absorbe el grupo. De todos los que van son éstos, los más lentos y tranquilos, los que más mérito tienen de montar en bici de domingo a domingo. Sin duda son los que más se esfuerzan.

El grupo se vuelve a romper cuando afrontan la subida de la Radio. Hay a quien las cuestas le motivan y las afronta a tope, como si cada cuesta fuese la última y se pone de pie de vez en cuando para aliviar la pesadez de las piernas. Otros las toman con tranquilidad, esperando la llegada de la próxima cuesta como si hubiese muchas más detrás de la última. Cuando los primeros llegan arriba se dan la vuelta en busca de los últimos para acompañarlos hasta la cumbre. Cuesta abajo es fácil alcanzar a los compañeros por lo que pronto, primeros y últimos forman un pequeño grupo. Mientras suben lentamente son adelantados por un adulto y un niño. Padre e hijo, se entiende. El niño está rellenito, más bien regordete. Los michelines se le marcan en la zona baja del maillot y la licra del culote está completamente estirada alrededor de los anchos muslos. Es entonces cuando uno de los que se quedaron rezagados nada más empezar a subir le dice al que se ha dado la vuelta: "Mira al niño. Así estaba uno que entró hace muchos años en el club". Sonríe de medio lado mientras se retuerce sobre la bici.

Antes de llegar a Chinchón se afronta otra subida. Esta es conocida como la de los Molinos por los restos de estas estructuras que se encuentran en el cauce del Tajuña, muy cerca donde comienza la subida. El grupo se vuelve a deshacer en pedazos y otra vez los primeros dan la vuelta al llegar al pueblo para acompañar a los últimos hasta el sitio del desayuno. El desayuno se hace, dependiendo de cada pueblo, en “el bar de siempre”. Aunque haya veces que “el bar de siempre” cambia de lugar. Es un fenómeno desconocido y aún por estudiar como los sitios de siempre pueden cambiar su ubicación misteriosamente.

Frente a “el bar de siempre” comienza el desayuno. Cada uno saca de los bolsillos del maillot la comida que le repondrá de energía: mueslis, frutos secos, fruta escarchada, membrillos, bocadillos e incluso hasta algún precavido no perdona el pincho de tortilla que le dan de aperitivo en “el bar de siempre”. 

Algunos desayunando frente a "el bar de siempre" de Chinchón


Después del desayuno el tramo de vuelta a casa es libre o más bien se podría decir que es un sálvese quien pueda, si es que vas en el grupo de delante. La salida de Chinchón pica hacia abajo y los primeros aprietan, para algunos demasiado pese a la bajada, por lo que se quedan en otro grupo más atrás.

Pasan a un grupo de ciclistas, muchos de ellos son chavales y chavalas. Se trata, seguramente, de una escuela de ciclismo. Viéndolos más de uno recuerda lo herido de muerte que en nuestro país está este deporte cuando las estrellas nacionales que más brillan han pasado de sobra la treintena.

Pero no dejamos el grupo de delante, en el que alguno sufre por mantener el ritmo. Entre estos ciclistas hay más de un jubilado que aguanta mejor que otros mucho más jóvenes el ritmo demencial. Cuando se empiezan a oír quejas, alaridos y reproches el ritmo baja. Entonces uno de los jubilados se acerca al primero y le grita: "¡Con lo fácil que es esto! ¡Si solo hay que dar pedales!" El mismo jubilado se ha encargado de recordar a varios que si están de vacaciones pero no se marchan de Getafe: “…el que quiera que se venga, los martes y los jueves, a las ocho y media en la puerta de la base, unos kilometrillos y a las doce y cuarto estamos en casa. ¡Con café y porra incluidos!”

Antes de llegar a San Martín de la Vega el grupo delantero se cruza con unos compañeros del club que no han salido con el resto. Van abriendo camino en sentido contrario. “Es para el otro lado” les grita alguno. Hoy no han madrugado lo suficiente para salir con todos.

Tras muchas quejas e incluso un intento de revolución, el grupo delantero comienza a subir la Marañosa. Para algunos, hace tiempo, la Marañosa era un puerto. Se hacía largo y duro si venías tocado del resto del recorrido. Después, cuando uno consigue adaptar su cuerpo al constante devorar de los kilómetros sobre la bici puede considerarla una concatenación de cuestas que afronta fuerte y seguro. Pero nunca sin perderle el respeto. Porque la Marañosa nunca es igual, pese a los cientos de veces que uno la puede haber subido. Hoy en la concatenación de cuestas manda el jubilado con sus recién cumplidos 72 años, marca el ritmo desde el principio y pese a que al final le ha costado encontrar el desarrollo adecuado, ha coronado el primero. Tras pasar la línea pintada en el suelo con las letras PM, esperan al resto del primer grupo que se ha ido descolgando en la subida y vuelven agrupados hasta el parking de el Greco de Getafe.

Apenas han pasado veinte minutos y llega el coche del club tras los últimos rezagados. En el maletero llevan una neverita en la que han refrigerado con varias bolsas de hielo cervezas, cocacolas y aquarius. También hay bolsas de patatas, cortezas y aceitunas. Pronto empiezan a repartirse las bebidas y la comida, alguno enlaza una lata de cerveza tras otra. Es entonces cuando empieza la segunda parte de la etapa que se puede alargar, según se tercie, más tiempo que el recorrido hecho en bicicleta. Y este también es un tramo libre donde cada uno lleva su propio ritmo…

jueves, 17 de julio de 2014

Los 100 años de Gino y el Galibier


Hoy, 18 de julio de 2014, se cumplen cien años del nacimiento del protagonista de la novela que llevo escribiendo desde hace meses, Gino Bartali. El destino quiso que ese mismo día, a cientos de kilómetros de donde nació, la etapa del Tour subiera uno de los puertos más colosales de los Alpes: el Galibier. Hay veces que el destino es caprichoso. Gino y el Galibier no sólo se cruzaron en el momento del nacimiento de aquel si no que, a lo largo de los años, ambos se retaron varias veces. Una de aquellas ocasiones es la que presento en este relato extraído de mi libro donde se cuela otro ciclista, Mario Vicini.

 Espero que os guste.

 
23 de julio de 1938.

Etapa 15 del Tour de Francia.
 

Esa mañana Gino no se encontraba bien. Tenía las piernas muy cargadas y su cuerpo le pedía un descanso que la carrera no le podía dar. Aún le pesaba el esfuerzo del día anterior y ese día debían subir el Galibier y el inédito Iseran en una etapa de 311 kilómetros. Todo eso le generaba dudas, ¿sus rivales tendrían también ese cansancio?, ¿pagaría el esfuerzo del día anterior? Gino le expuso sus dudas a Girardengo, su director de equipo y éste le contestó:

−No fuerces más de lo que puedas. Piensa que si tú estás cansado el resto de tus rivales también lo está. Trataremos de que no te quedes atrás y sí así ocurre la gente del equipo te ayudará. Mario se quedará contigo.

 Mario Vicini había sido la revelación del Tour del año anterior. El seleccionador italiano  para el Tour de 1937, Ambrosini, le había convocado para correr el Tour pero cuando supo que el equipo al completo trabajaría para que Gino consiguiera el maillot amarillo se negó a acudir. Vicini se consideraba un ciclista con experiencia en carreras de varias semanas: había corrido los Giros de 1936, 1937 y el Tour de 1936 como independiente. Además ya contaba en su palmarés con bastantes victorias en carreras de un día, por lo que no se descartaba como favorito para llevarse el Tour y por lo que no quería trabajar para otro. Una vez que le negó a Ambrosini la convocatoria con la selección italiana, tuvo que inscribirse como ciclista independiente para poder participar en la carrera.

Los corredores inscritos como independientes no contaban con ningún equipo técnico que les ayudase. Esto significaba que los propios ciclistas tenían que organizar los viajes hasta cada salida, reservar los hoteles donde dormir y no podían ser ayudados durante el transcurso de las etapas. Tal era el coste que le iba a suponer correr el Tour que a principios de 1937 Vicini tuvo que vender dos medallas que había logrado como aficionado para conseguir el dinero suficiente para el viaje a París y la manutención durante el propio Tour. A pesar de las dificultades, al final de la carrera consiguió un meritorio segundo puesto. En la historia del Tour ningún ciclista inscrito como independiente hizo mejor clasificación que Vicini en aquel Tour de 1937.

En cambio, esa edición de 1938 era diferente. Vicini no había tenido más remedio que aceptar la convocatoria de la selección italiana, ya que ese año fue el primero en el que la organización del Tour eliminó la posibilidad de que los independientes pudieran correr. A cambio, habían permitido que participaran otros corredores convocados por las selecciones en la categoría de Cadets and Bleuets. Vicini, como un miembro más del equipo italiano, ya no tenía que preocuparse de organizar sus viajes ni reservar donde dormir y que comer. A cambio debía aceptar su papel de gregario para Gino.

La temporada de 1938 había comenzado muy bien para Vicini, ya que se había impuesto a Gino en el Giro di Toscana Durante el Giro había conseguido vestir la maglia rosa en la segunda etapa pero se tuvo que retirar de la carrera debido a una caída en la quinta etapa.

Vicini no perdía de vista a Gino mientras comenzaban las primeras cuestas del Galibier. Antes de la salida de aquella etapa Girardengo se había dirigido a él:

−Mario, hoy tienes que ser la sombra de Gino. Quédate con él todo el tiempo que puedas. Hoy tienes que ser su hombre de confianza.

Vicini afirmó con un gesto serio. Quizá Gino no estaba tan fuerte como se esperaba.

Estaba obedeciendo al pie de la letra a su director deportivo. Hasta entonces no se había separado de su líder en ningún momento, salvo las paradas necesarias en las fuentes de los pueblos en las que había rellenado sus bidones y los de Gino. Una vez cargados en el maillot, había remontado hasta las posiciones de cabeza para entregarle la bebida a su líder. También había recogido su propio avituallamiento y se había preocupado de que Gino hubiese cogido el suyo. En el caso de que a Gino se le hubiese caído algo del avituallamiento o no hubiese acertado a coger la bolsa, Vicini hubiese tenido que darle su avituallamiento. Así era la labor del gregario.

Llevaban recorridos pocos kilómetros de subida, cuando el segundo clasificado de la general, Mathias Clemens, había empezado a pasarlo mal. Fue entonces cuando el compañero de la selección, Bergamaschi, se acercó a Gino para comentarle:

−El de Luxemburgo lo está pasando mal. Se le nota en la cara.

Gino miró hacia atrás buscando a Clemens entre el pequeño grupo de ciclistas que aún estaban en el grupo. Como le había dicho Bergamaschi, Clemens tenía el gesto de la cara torcido, con la boca abierta. Además tenía muy tensos los brazos sobre el manillar, como si quisiera tirar más con ellos que con sus propias piernas. Gino se dirigió a Vicini:

−Mario, sube un puntito la velocidad. A ver que hace Clemens.

Vicini se puso en cabeza marcando un ritmo más alto y constante y al cabo de un par de minutos Clemens no pudo aguantar con el grupo. En esa etapa perdería toda opción al podio de París.

Aunque ya se había descolgado Clemens, Vicini seguía el primero del grupo. El ritmo que iba marcando no era excesivamente rápido, puesto que él estaba acostumbrado a los fuertes cambios de ritmo como buen escalador que era. Recordó lo que le había dicho Girardengo respecto a permanecer al lado de Gino y cómo entonces había dudado de las fuerzas del líder de la selección italiana ¿si le necesitaba a su lado era porque se encontraba mal? Por un momento pensó que, si Gino fallara, él podría asumir la tarea de intentar conquistar el Tour. Ya el año pasado había demostrado que podía conseguirlo tras acabar segundo, ¿por qué no iba a poder hacerlo este año? Quizá si Gino flaqueara podría atacar y abrir un margen de tiempo suficiente para apurar sus opciones a la clasificación general. Pero eso chocaba literalmente con lo que Girardengo le había pedido, él tenía que quedarse con el maillot amarillo, tenía que ser su sombra. Por otra parte, no entendía por qué Gino, si no tenía el día, le había pedido que aumentara la velocidad para descolgar a Clemens. Miró para atrás y observó a los corredores que iban en fila de a uno. El ritmo que había impuesto estaba haciendo una escabechina y se estaban descolgando muchos corredores. Otros estaban sufriendo por estar en el grupo, todos menos Gino, su jefe de filas. Iba muy bien. Comenzó a sentirse mal por haber pensado en escaparse si flaqueaba. Sin duda era más fuerte que él.

Solo quedaban un par de kilómetros para la cumbre del Galibier y Vicini comenzó a sentir una fuerte fatiga y falta de energía. A pesar de que no se encontraba mal de piernas, el cansancio empezó a hacer que le costara concentrarse e incluso pensar. Por experiencia, Vicini sabía que esas sensaciones eran debidas a que no había comido o bebido lo suficiente. Repasó lo que se había llevado al estómago antes de empezar el puerto. Cuando llevaban recorrido una hora y media de etapa, Martano, miembro de la selección italiana, le había dado tres pasteles de arroz y un plátano. Recordó los momentos en los que se comió dos de los pasteles y también cómo había tirado la cáscara del plátano mientras iba en la bicicleta, por lo que también se lo había comido. Pero no consiguió recordar cuando había comido el tercer pastel. Se llevó la mano al bolsillo del maillot. Ahí estaba. No se había comido todo el avituallamiento. Se lamentó. Había cometido un error de principiante. Pensó en comérselo en ese momento, pero eso le haría bajar el ritmo y no podría acompañar a Gino mucho más. A pesar de que iba a sufrir, lo mejor era aguantar hasta arriba. Ya quedaba poco. Durante el descenso podría comerse el pastel de arroz y recuperarse. Sabía que tras el Galibier el resto de la etapa se lo tendría que tomar con muchas más calma para no tener un desfallecimiento mayor.

Vicini miraba hacia el frente escrutando la cumbre del puerto, pero se lo impedían los sucesivos virajes a derechas y a izquierdas que remontaban la pendiente. Intentaba ver la cumbre detrás de cada curva y mentalmente se propuso alcanzar cada una de ellas como si de una meta se tratara. Como para alcanzar las curvas tenía que ir avanzando metro a metro, pedalada a pedalada, también se convenció de que cada pedalada era una pequeña meta. Tenía que dividir todo el recorrido que le quedaba hasta la cumbre. Vicini se descubrió pensando en una frase: “Divide y vencerás”. Era una frase conocida que había aprendido en el colegio, pero no recordaba que personaje histórico la había dicho. Pasó una curva y no había rastro de la cumbre. Al principio pensó en la frase una sola vez, pero al cabo de poco tiempo cuando no podía más del esfuerzo, esa frase la repetía una y otra vez mentalmente:

Divideyvencerásdivideyvencerásdivideyvencerásdivideyvencerás…”

Vicini notaba a Gino detrás de él. ¿Y si le decía que no podía más? Otra curva y detrás no se veía la cumbre. Quizá si se justificaba contándole que no había comido bien podía dejarle marchar. No. Para Vicini el sufrimiento por el que estaba pasando era el castigo por haber pensado que podía aguantar más que Gino, más que su líder. Tenía que darlo todo. Otra curva y no alcanzaba a ver el final del Galibier.

A pesar de que se habían quedado solos a unos metros de ventaja respecto a otro pequeño grupo, Gino se había dado cuenta que Vicini iba pasándolo mal. El ritmo había decaído y le empezó a animar:

−¡Vamos, Mario! Lo estás haciendo muy bien.

A Vicini la voz de Gino le sonaba muy lejos. No sabía lo que le había dicho pero no tenía muchas fuerzas para mirar atrás. No lo hizo por miedo a caerse e incluso se dio cuenta de que para comerse el pastel de arroz quizá debía parar.

Divideyvencerásdivideyvencerásdivideyvencerásdivideyvencerás…” ¿quién había dicho esa cita? Vicini creyó estar en el aula del colegio, olió la madera del pupitre y vio a su profesor diciendo la frase en latín. Otra curva y por fin un poco más allá la cumbre. Vicini suspiró. Relajó los hombros y los brazos. Gino le dijo:

−Pasa tú primero por la cima, Mario. Después yo me lanzaré para abajo.

A pesar de que le costó un suplicio, Vicini le contestó:

−No, Gino, pasa tú y así consigues la bonificación de un minuto. No puedo más…

−No, hoy serás tú quien corone el Galibier. Te lo has ganado. Gracias Mario.

Vicini y Gino en la cumbre del Galibier.

 
Pese a él mismo, Mario Vicini coronó el Galibier. Tras la cima sacó del bolsillo del maillot el pastel de arroz y se lo empezó a comer con ansia. Gino ya le había adelantado. Vicini observó como Gino se alejaba a gran velocidad.

−Julio César…− por fin lo había recordado.

Vicini se dejó en la meta algo más de veinticinco minutos respecto al primero de la etapa.