Hoy, 18 de
julio de 2014, se cumplen cien años del nacimiento del protagonista de la
novela que llevo escribiendo desde hace meses, Gino Bartali. El destino quiso
que ese mismo día, a cientos de kilómetros de donde nació, la etapa del Tour
subiera uno de los puertos más colosales de los Alpes: el Galibier. Hay veces
que el destino es caprichoso. Gino y el Galibier no sólo se cruzaron en el
momento del nacimiento de aquel si no que, a lo largo de los años, ambos se
retaron varias veces. Una de aquellas ocasiones es la que presento en este
relato extraído de mi libro donde se cuela otro ciclista, Mario Vicini.
23 de julio de 1938.
Etapa 15 del Tour de Francia.
Esa mañana
Gino no se encontraba bien. Tenía las piernas muy cargadas y su cuerpo le pedía
un descanso que la carrera no le podía dar. Aún le pesaba el esfuerzo del día
anterior y ese día debían subir el Galibier y el inédito Iseran en una etapa de
311 kilómetros. Todo eso le generaba dudas, ¿sus rivales tendrían también ese
cansancio?, ¿pagaría el esfuerzo del día anterior? Gino le expuso sus dudas a
Girardengo, su director de equipo y éste le contestó:
−No fuerces
más de lo que puedas. Piensa que si tú estás cansado el resto de tus rivales
también lo está. Trataremos de que no te quedes atrás y sí así ocurre la gente
del equipo te ayudará. Mario se quedará contigo.
Los corredores
inscritos como independientes no contaban con ningún equipo técnico que les
ayudase. Esto significaba que los propios ciclistas tenían que organizar los viajes hasta cada salida, reservar los hoteles donde dormir y
no podían ser ayudados durante el transcurso de las etapas. Tal era el coste
que le iba a suponer correr el Tour que a principios de 1937 Vicini tuvo que
vender dos medallas que había logrado como aficionado para conseguir el dinero
suficiente para el viaje a París y la manutención durante el propio Tour. A
pesar de las dificultades, al final de la carrera consiguió un meritorio
segundo puesto. En la historia del Tour ningún ciclista inscrito como
independiente hizo mejor clasificación que Vicini en aquel Tour de 1937.
En cambio, esa
edición de 1938 era diferente. Vicini no había tenido más remedio que aceptar
la convocatoria de la selección italiana, ya que ese año fue el primero en el
que la organización del Tour eliminó la posibilidad de que los independientes
pudieran correr. A cambio, habían permitido que participaran otros corredores
convocados por las selecciones en la categoría de Cadets and Bleuets.
Vicini, como un miembro más del equipo italiano, ya no tenía que preocuparse de
organizar sus viajes ni reservar donde dormir y que comer. A cambio debía
aceptar su papel de gregario para Gino.
La temporada
de 1938 había comenzado muy bien para Vicini, ya que se había impuesto a Gino
en el Giro di Toscana Durante el Giro había conseguido vestir la maglia rosa en
la segunda etapa pero se tuvo que retirar de la carrera debido a una caída en
la quinta etapa.
Vicini
no perdía de vista a Gino mientras comenzaban las primeras cuestas del
Galibier. Antes de la salida de aquella etapa Girardengo se había dirigido a
él:
−Mario, hoy
tienes que ser la sombra de Gino. Quédate con él todo el tiempo que puedas. Hoy
tienes que ser su hombre de confianza.
Vicini afirmó
con un gesto serio. Quizá Gino no estaba tan fuerte como se esperaba.
Estaba
obedeciendo al pie de la letra a su director deportivo. Hasta entonces no se
había separado de su líder en ningún momento, salvo las paradas necesarias en
las fuentes de los pueblos en las que había rellenado sus bidones y los de
Gino. Una vez cargados en el maillot, había remontado hasta las posiciones de
cabeza para entregarle la bebida a su líder. También había recogido su propio
avituallamiento y se había preocupado de que Gino hubiese cogido el suyo. En el
caso de que a Gino se le hubiese caído algo del avituallamiento o no hubiese
acertado a coger la bolsa, Vicini hubiese tenido que darle su avituallamiento.
Así era la labor del gregario.
Llevaban
recorridos pocos kilómetros de subida, cuando el segundo clasificado de la
general, Mathias Clemens, había empezado a pasarlo mal. Fue entonces cuando el
compañero de la selección, Bergamaschi, se acercó a Gino para comentarle:
−El de
Luxemburgo lo está pasando mal. Se le nota en la cara.
Gino miró
hacia atrás buscando a Clemens entre el pequeño grupo de ciclistas que aún
estaban en el grupo. Como le había dicho Bergamaschi, Clemens tenía el gesto de
la cara torcido, con la boca abierta. Además tenía muy tensos los brazos sobre
el manillar, como si quisiera tirar más con ellos que con sus propias piernas. Gino se dirigió a Vicini:
−Mario, sube un puntito la velocidad. A ver
que hace Clemens.
Vicini se puso
en cabeza marcando un ritmo más alto y constante y al cabo de un par de minutos
Clemens no pudo aguantar con el grupo. En esa etapa perdería toda opción al
podio de París.
Aunque ya se
había descolgado Clemens, Vicini seguía el primero del grupo. El ritmo que iba
marcando no era excesivamente rápido, puesto que él estaba acostumbrado a los
fuertes cambios de ritmo como buen escalador que era. Recordó lo que le había
dicho Girardengo respecto a permanecer al lado de Gino y cómo entonces había
dudado de las fuerzas del líder de la selección italiana ¿si le necesitaba a su
lado era porque se encontraba mal? Por un momento pensó que, si Gino fallara,
él podría asumir la tarea de intentar conquistar el Tour. Ya el año pasado
había demostrado que podía conseguirlo tras acabar segundo, ¿por qué no iba a
poder hacerlo este año? Quizá si Gino flaqueara podría atacar y abrir un margen
de tiempo suficiente para apurar sus opciones a la clasificación general. Pero
eso chocaba literalmente con lo que Girardengo le había pedido, él tenía que
quedarse con el maillot amarillo, tenía que ser su sombra. Por otra parte, no
entendía por qué Gino, si no tenía el día, le había pedido que aumentara la
velocidad para descolgar a Clemens. Miró para atrás y observó a los corredores
que iban en fila de a uno. El ritmo que había impuesto estaba haciendo una
escabechina y se estaban descolgando muchos corredores. Otros estaban sufriendo
por estar en el grupo, todos menos Gino, su jefe de filas. Iba muy bien. Comenzó
a sentirse mal por haber pensado en escaparse si flaqueaba. Sin duda era más
fuerte que él.
Solo quedaban
un par de kilómetros para la cumbre del Galibier y Vicini comenzó a sentir una
fuerte fatiga y falta de energía. A pesar de que no se encontraba mal de
piernas, el cansancio empezó a hacer que le costara concentrarse e incluso
pensar. Por experiencia, Vicini sabía que esas sensaciones eran debidas a que
no había comido o bebido lo suficiente. Repasó lo que se había llevado al
estómago antes de empezar el puerto. Cuando llevaban recorrido una hora y media
de etapa, Martano, miembro de la selección italiana, le había dado tres
pasteles de arroz y un plátano. Recordó los momentos en los que se comió dos de
los pasteles y también cómo había tirado la cáscara del plátano mientras iba en
la bicicleta, por lo que también se lo había comido. Pero no consiguió recordar
cuando había comido el tercer pastel. Se llevó la mano al bolsillo del maillot.
Ahí estaba. No se había comido todo el avituallamiento. Se lamentó. Había
cometido un error de principiante. Pensó en comérselo en ese momento, pero eso
le haría bajar el ritmo y no podría acompañar a Gino mucho más. A pesar de que
iba a sufrir, lo mejor era aguantar hasta arriba. Ya quedaba poco. Durante el
descenso podría comerse el pastel de arroz y recuperarse. Sabía que tras el
Galibier el resto de la etapa se lo tendría que tomar con muchas más calma para
no tener un desfallecimiento mayor.
Vicini miraba
hacia el frente escrutando la cumbre del puerto, pero se lo impedían los
sucesivos virajes a derechas y a izquierdas que remontaban la pendiente.
Intentaba ver la cumbre detrás de cada curva y mentalmente se propuso alcanzar
cada una de ellas como si de una meta se tratara. Como para alcanzar las curvas
tenía que ir avanzando metro a metro, pedalada a pedalada, también se convenció
de que cada pedalada era una pequeña meta. Tenía que dividir todo el recorrido
que le quedaba hasta la cumbre. Vicini se descubrió pensando en una frase:
“Divide y vencerás”. Era una frase conocida que había aprendido en el colegio,
pero no recordaba que personaje histórico la había dicho. Pasó una curva y no
había rastro de la cumbre. Al principio pensó en la frase una sola vez, pero al
cabo de poco tiempo cuando no podía más del esfuerzo, esa frase la repetía una
y otra vez mentalmente:
“Divideyvencerásdivideyvencerásdivideyvencerásdivideyvencerás…”
Vicini notaba
a Gino detrás de él. ¿Y si le decía que no podía más? Otra curva y detrás no se
veía la cumbre. Quizá si se justificaba contándole que no había comido bien
podía dejarle marchar. No. Para Vicini el sufrimiento por el que estaba pasando
era el castigo por haber pensado que podía aguantar más que Gino, más que su
líder. Tenía que darlo todo. Otra curva y no alcanzaba a ver el final del
Galibier.
A pesar de que
se habían quedado solos a unos metros de ventaja respecto a otro pequeño grupo,
Gino se había dado cuenta que Vicini iba pasándolo mal. El ritmo había decaído
y le empezó a animar:
−¡Vamos,
Mario! Lo estás haciendo muy bien.
A Vicini la
voz de Gino le sonaba muy lejos. No sabía lo que le había dicho pero no tenía
muchas fuerzas para mirar atrás. No lo hizo por miedo a caerse e incluso se dio
cuenta de que para comerse el pastel de arroz quizá debía parar.
“Divideyvencerásdivideyvencerásdivideyvencerásdivideyvencerás…”
¿quién había dicho esa cita? Vicini creyó estar en el aula del colegio, olió la
madera del pupitre y vio a su profesor diciendo la frase en latín. Otra curva y
por fin un poco más allá la cumbre. Vicini suspiró. Relajó los hombros y los
brazos. Gino le dijo:
−Pasa tú
primero por la cima, Mario. Después yo me lanzaré para abajo.
A pesar de que
le costó un suplicio, Vicini le contestó:
−No, Gino,
pasa tú y así consigues la bonificación de un minuto. No puedo más…
−No, hoy serás
tú quien corone el Galibier. Te lo has ganado. Gracias Mario.
Vicini y Gino en la cumbre del Galibier.
Pese a él
mismo, Mario Vicini coronó el Galibier. Tras la cima sacó del bolsillo del
maillot el pastel de arroz y se lo empezó a comer con ansia. Gino ya le había
adelantado. Vicini observó como Gino se alejaba a gran velocidad.
−Julio César…−
por fin lo había recordado.
Vicini se dejó
en la meta algo más de veinticinco minutos respecto al primero de la etapa.