lunes, 18 de agosto de 2014

Primero, la tierra (II)

El principio puedes verlo aquí.
viene de aquí
 
Pasan los días para el pequeño Jesse. Cuando se despierta por las mañanas, su madre le levanta de la cama y  le baja a la cocina para desayunar con sus hermanos mayores. Al poco llegan sus abuelos. El abuelo se quita su sombrero y la abuela su chaqueta que dejan en el perchero. Le besan. Su madre coge una chaqueta del perchero y se va de casa. Todos sus hermanos mayores también se van de casa. El abuelo y la abuela visten a Jesse. Salen a pasear. Juegan a la pelota, juegan a correr. Vuelven a casa. A mediodía llega su madre y deja su chaqueta en el perchero. Le besa. También llegan algunos de sus hermanos. Rezan en la mesa y comen todos juntos. Después se duerme un rato y al despertarse juega en casa con un muñeco. Cuando cae la tarde llega su padre, deja su sombrero en el perchero. Le besa. Llegan los hermanos mayores que faltan. Rezan en la mesa y cenan todos juntos. Después se va a dormir. Son días felices.
Pero hay otros días, cuando hace frío, que el pequeño Jesse se despierta antes que nadie en casa. Tose. Suda. No consigue volver a conciliar el sueño. Cuando su madre le baja a la cocina tiene tan inflamada la garganta que no puede tragar el desayuno. La mirada de sus padres muestra preocupación y agua. Tanta agua que se les cae por la cara. Su madre le arropa con sacos de alimentos. Su padre dice algo de una medicina, sale de casa, coge el sombrero del perchero. Al rato vuelve, deja el sombrero en el perchero y niega con la cabeza. Su mirada es nerviosa. Durante estos días Jesse está casi todo el día en la cama. No tiene energías para moverse. Sus abuelos van a verle. Le cuentan cuentos, le hacen reír.
Tras muchos días en los que está tumbado, el pequeño Jesse nota escozor en las piernas. Es como si le quemaran. Su madre grita cuando aparta las mantas y las examina. Mirada de miedo y angustia. Esa noche le bajan a la cocina. Su madre calienta un cuchillo. Su padre le sujeta mostrándole el trasero del niño a la madre. El pequeño Jesse se quema. Llora. Grita. Patalea. Vuelve a quemar. Huele a carne chamuscada. Le envuelven en una sábana de algodón y le llevan a la cama. Esos días no son felices.
Una mañana el pequeño Jesse se despierta mucho mejor. Puede comer sin atragantarse con la comida. Al siguiente se puede levantar un rato. Y a los dos días corretea por la casa.

Continúa la historia aquí.