viene de aquí
Pasan los
días para el pequeño Jesse. Cuando se despierta por las mañanas, su madre le
levanta de la cama y le baja a la cocina
para desayunar con sus hermanos mayores. Al poco llegan sus abuelos. El abuelo
se quita su sombrero y la abuela su chaqueta que dejan en el perchero. Le
besan. Su madre coge una chaqueta del perchero y se va de casa. Todos sus
hermanos mayores también se van de casa. El abuelo y la abuela visten a Jesse.
Salen a pasear. Juegan a la pelota, juegan a correr. Vuelven a casa. A mediodía
llega su madre y deja su chaqueta en el perchero. Le besa. También llegan
algunos de sus hermanos. Rezan en la mesa y comen todos juntos. Después se
duerme un rato y al despertarse juega en casa con un muñeco. Cuando cae la
tarde llega su padre, deja su sombrero en el perchero. Le besa. Llegan los
hermanos mayores que faltan. Rezan en la mesa y cenan todos juntos. Después se
va a dormir. Son días felices.
Pero hay
otros días, cuando hace frío, que el pequeño Jesse se despierta antes que nadie
en casa. Tose. Suda. No consigue volver a conciliar el sueño. Cuando su madre
le baja a la cocina tiene tan inflamada la garganta que no puede tragar el
desayuno. La mirada de sus padres muestra preocupación y agua. Tanta agua que
se les cae por la cara. Su madre le arropa con sacos de alimentos. Su padre
dice algo de una medicina, sale de casa, coge el sombrero del perchero. Al rato
vuelve, deja el sombrero en el perchero y niega con la cabeza. Su mirada es
nerviosa. Durante estos días Jesse está casi todo el día en la cama. No tiene
energías para moverse. Sus abuelos van a verle. Le cuentan cuentos, le hacen
reír.
Tras muchos
días en los que está tumbado, el pequeño Jesse nota escozor en las piernas. Es
como si le quemaran. Su madre grita cuando aparta las mantas y las examina.
Mirada de miedo y angustia. Esa noche le bajan a la cocina. Su madre calienta
un cuchillo. Su padre le sujeta mostrándole el trasero del niño a la madre. El
pequeño Jesse se quema. Llora. Grita. Patalea. Vuelve a quemar. Huele a carne
chamuscada. Le envuelven en una sábana de algodón y le llevan a la cama. Esos
días no son felices.
Una mañana el
pequeño Jesse se despierta mucho mejor. Puede comer sin atragantarse con la
comida. Al siguiente se puede levantar un rato. Y a los dos días corretea por
la casa.
Continúa la historia aquí.
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