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Viene de aquí.
Una tarde de
sus días felices, su madre está preparando la cena en la cocina mientras el
pequeño Jesse juega con su muñeco en el salón. Desde allí oye como su madre
abre el agua, entrechoca cazuelas y platos entre sí. El pequeño Jesse comienza
a entonar la canción que había escuchado al abuelo pero lo hace a su manera:
abre la boca y tararea con mucho más volumen, marcando con grandes vocales lo
que su abuelo solo susurraba.
Ya no se oye
el entrechocar de cazuelas en la cocina. Ahora su madre está justo detrás de
él.
—¿Quién te ha
enseñado eso?
Gesto
fruncido, ojos fijos. Los ojos de su madre reflejan enfado.
—El abuelo.
Al día
siguiente cuando se despierta, su madre le levanta y le baja a la cocina para
desayunar. Al poco llegan sus abuelos. Nada más entrar por la puerta, la madre les
hace un gesto para que se acerquen. Los abuelos, con mirada de preocupación,
van hacia la madre. Les lleva a otra habitación y cierra la puerta. El pequeño
Jesse se queda solo. Oye voces que provienen de donde están su madre y los
abuelos. Intuye que no quieren ser oídos por él por lo que no quiere saber lo
que están diciendo. Son cosas de mayores.
Porque los
niños saben cuando los mayores hablan de cosas de mayores.
Al poco
tiempo salen los tres de la habitación y van a la cocina con él. El abuelo
continúa con el sombrero y su abuela con la chaqueta. Aún no lo han besado. Su
madre le besa y se va.
Silencio. El
abuelo se agacha hacia el pequeño Jesse y se quita el sombrero. Lo apoya sobre
su pecho:
—¿Recuerdas
lo que te conté el otro día? ¿Recuerdas la canción? ¿Cuándo cogí el puñado de
tierra en el patio?
El pequeño
Jesse lo recuerda. Afirma con la cabeza.
—Te pido que
lo olvides, por favor.
El pequeño
Jesse estudia la mirada. Hay sinceridad pero también tristeza. Por primera vez
alguien le pide algo con el corazón.
—Lo olvidaré.
Y el pequeño
Jesse olvidó.
Porque los
niños obedecen cuando se les pide algo con el corazón.
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