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En su primer
día de colegio en Cleveland, el pequeño Jesse comenzará a ser conocido como
Jesse.
Antes de
entrar al recinto se asoma a través de la verja para ver el patio cuadrado. Tiene
árboles dispersos, hierba y algún matorral. En el otro extremo de la verja se
ven unos columpios y justo al lado un arenero. Pero lo mejor es que está lleno
de niños que juegan. En los columpios hay un grupo que no para de balancearse.
Otros juegan al pillapilla y son perseguidos por dos de ellos y en el arenero
otros se tiran tierra los unos a los otros. Está deseando entrar para jugar al
pillapilla, pero algo le llama la atención. Hay un grupo en una de las
esquinas, no juegan a nada. Unos están sentados, otros están de pie. No le da
importancia y entra al patio para ver si puede jugar al pillapilla.
—¿Se puede
jugar? —pregunta al grupo del pillapilla.
Un niño deja
de correr y se le queda mirando.
—¿Cómo dices?
—uno a uno van parando todos los demás y observan al pequeño Jesse. Sus miradas
le dice que se extrañan.
—Decía que si
puedo jugar con vosotros.
El que le ha
preguntado comienza a reírse.
—¡Vaya acento
sureño que tienes! ¡no hay quien te entienda! Allí están los del sur — señala a
la esquina donde están los niños que no juegan.
El pequeño
Jesse baja la mirada. Cuando la alza de nuevo sólo es capaz de forzar una
sonrisa, se encoge de hombros y dice:
—No importa.
Cuando va a
la esquina del patio se presenta a los demás. No hay una sonrisa. Ni siquiera
hay gestos de complicidad. El pequeño Jesse no dice nada más.
—Antes de comenzar,
vamos a presentar a los nuevos compañeros que empiezan el curso con nosotros.
Por favor, los nuevos poneos en pie.
El pequeño
Jesse se levanta junto con tres niños más.
—Muy bien. Decidnos
como os llamáis y de donde venís —la profesora se levanta y coge una tiza para
escribir en la pizarra.
Empieza uno. La
profesora escribe su nombre con letras grandes en la pizarra.
—Gracias. El
siguiente, por favor.
Es el turno
del pequeño Jesse. Dice su nombre y de donde viene. Hay un ligero murmullo en
la clase. La profesora escribe “Jesse” en la pizarra. El pequeño Jesse se da
cuenta que su nombre está mal escrito. Intenta rectificar por lo que vuelve a
decir su nombre. La profesora gira la cabeza y le contesta:
—Es esto lo
que me está diciendo, ¿verdad? ¿o acaso es que Jesse tiene que pulir su acento
sureño?
El pequeño Jesse
siente vergüenza. Sólo es capaz de sonreír de forma forzada, se encoge de
hombros y dice para sí mismo:
—No importa.
A partir de entonces el pequeño Jesse será conocido como Jesse.
Continúa aquí.