jueves, 24 de abril de 2014

Serse Coppi y la París Roubaix


18 de abril de 1949.

París- Roubaix.

 
Serse Coppi trata de mantenerse sobre su bicicleta en el tramo de pavés por el que está pasando. Le cuesta mantener el equilibrio sobre los adoquines bañados de agua y barro en los que su bicicleta no para de traquetear. Serse no deja de oír el ruido continuo del metal de las diferentes partes de su bicicleta chocando entre sí. La cadena roza con el desviador y atrás golpea las vainas, las bielas parecen que se van a caer del cuadro y las ruedas literalmente saltan de un adoquín a otro. En esos momentos puede sufrir un reventón o cualquier avería mecánica, pero no deja de pedalear ya que en el pavés hay que ir lo más rápido posible, como el resto de ciclistas que le acompañan. Todos van rápidos y muy juntos. La calzada es tan estrecha que los manillares se tocan unos con otros, los ciclistas se estorban entre sí y se dan gritos y empujones. Tras una curva a su izquierda Serse se incorpora a una carretera ancha y lisa por lo que deja de oír el traqueteo. Suspira aliviado. En la nueva calzada el pelotón se ensancha y el ambiente se tranquiliza. Mira a un lado y a otro y a su derecha encuentra a su hermano Fausto, que también le está mirando. Fausto también suspira, “Al fin y al cabo él también sufre” piensa.

Serse, el presumido, el galán, el que monta en bicicleta para aumentar su estatus social, no entiende a su hermano Fausto, el tímido, el enjuto y que monta en bicicleta por placer y arte. Ambos, hijos de agricultores en plena época de entreguerras y que crecieron conociendo el hambre y la necesidad, un día comenzaron en el mundo del ciclismo para escapar de ambas. Pero a partir de ahí, pese a que comenzaron un camino en común, comenzaron a divergir.

-          Antes de entrar en cada tramo de pavés hay que ir bien colocado- le dice Fausto tras el suspiro.

Serse piensa que Fausto tiene razón. Antes ya ha visto como el gran grupo al pasar de una carretera ancha a una mucho más estrecha forma un embudo el cual hace que el pelotón se estire. En estos casos, si se produce un intento de fuga por parte de la gente que vaya en la parte de delante es muy difícil unirse a ella. A eso hay que sumar que si se produce una caída importante que bloquee el paso de los ciclistas que se han quedado atrás se pierda un tiempo precioso que después hay que recuperar. Por todo ello es importante estar delante del pelotón cuando se acerquen a un nuevo tramo de pavés, pero ¿Cuándo será el siguiente? Para Fausto y para él es la primera vez que corren en la París- Roubaix y no conocen cuando será el siguiente tramo.

-          ¡Vamos!- le dice Serse a Fausto y comienzan a remontar posiciones en el gran grupo.

Cuando ya está en el nuevo tramo de pavés, Serse no aparta la mirada de la calzada por la que circula, sabe que en el lateral hay una franja de terreno libre de adoquines donde puede evitar el tembleque que provocan éstos. Pero su ancho es de apenas diez centímetros y está muy cerca del público que abarrota la carrera. Se va tan deprisa que un espectador despistado puede apartarse demasiado tarde al paso de un ciclista y tirarle. A eso hay que añadir que con la lluvia de los últimos días en esa franja libre de adoquín se puede encontrar barro. En uno de los primeros treinta tramos de pavés que tiene la carrera Serse ha visto como un belga, al coger ese lateral, ha dado con sus huesos en el suelo cuando se le ha resbalado la rueda delantera. Prefiere ser precavido y aguantar en el centro de la calzada pese a que desde hace tiempo las muñecas y los brazos los tiene completamente cargados. Antes de entrar en los adoquines ha colocado las manos en la parte baja del manillar, cerca de las manetas de freno, no vaya a ser que tenga que echar mano de ellas y las aguanta ahí hasta la salida del adoquinado. No se atreve a moverlas por miedo a perder el control de la bicicleta. Al salir de ese tramo, Serse apoya las manos en la parte central del manillar para darse un respiro y es entonces cuando se da cuenta de un dolor en la palma de la mano, se da un tiempo y la mira entre el hueco de sus guantes y descubre que se ha hecho una herida como consecuencia del roce con el manillar y el tembleque del dichoso pavés. Afortunadamente con el dolor de piernas que lleva no le duele tanto la herida. Fausto se acerca por detrás:

-          ¿Qué has comido?

-          ¿Qué?- Serse está pensando en la herida y no ha escuchado.

-          ¿Qué si has comido algo?- le grita Fausto, no sin antes hacer una mueca de reproche.

Ahora Serse si le ha escuchado bien y antes de contestar observa a su hermano mayor. Fausto, el que se sincroniza con su bicicleta de tal manera que la máquina y el hombre parecen uno solo con un pedaleo constante y ágil y en cambio Serse es el que se pelea con ella para llegar a tener un ritmo irregular y trabado. Fausto, el que ha contratado a un nutricionista y a un masajista en exclusiva y sin embargo Serse es el que come lo que le viene en gana a cualquier hora y cuando termina una dura etapa sobre la bicicleta prefiere tumbarse en la cama y no recibe a ningún masajista. Fausto, el que ha ganado Giros de Italia, Milán- Sanremo y ha batido el récord de la hora y Serse es el que aún no ha estrenado su casillero de victorias. Fausto, al que el gran equipo Bianchi llamó a su puerta hace años para ser el líder del equipo y Serse el que fichó también por ellos como una de las condiciones que puso el nuevo campionissimo para su contratación. Fausto siempre tan perfecto y tan encima de Serse.

-          Sí, Fausto, sí. Dos bolas de arroz y un plátano. No te preocupes por mí.- y para sí mismo termina diciendo- No tienes que preocuparte por mí.- y afrontan una curva a la derecha que les lleva a un nuevo tramo de pavés. Serse pasa a la cabeza del pelotón. Está enfurecido.

Después de pasar el tramo de pavés, Serse está solo, no le acompaña nadie. Estaba tan absorto en lo que iba pensando que sin querer ha impuesto un ritmo tan alto que ningún ciclista le ha seguido. Serse sabe que está muy lejos de meta y que no llegaría a ganar por lo que baja la velocidad para dejarse atrapar por el grupo. Atacar de lejos es el estilo de Fausto, no el suyo. Al bajar la velocidad, Serse también se tranquiliza mentalmente y se convence de que quizá él dependa de su hermano mayor en muchos aspectos, pero sabe que Fausto también depende de él. Si no ¿qué hubiese sido de la vuelta de Fausto a la competición? Aún recordaba la estancia en Roma después de que acabara la segunda guerra mundial. Allí corrieron en un equipo Società Sportiva Lazio durante unos meses en los que no les aseguraban el sueldo, ni el material, ni las carreras en las que competir. Fausto no paraba de maldecir los años perdidos por la guerra y Serse tenía que convencerle cada mañana para salir a entrenar recordándole que tenía que demostrar a todos que aquel ganador del Giro de 1940 había vuelto para seguir ganando. ¿Qué hubiese sido del pesimista Fausto sin el optimista Serse? Envuelto en sus pensamientos Serse es absorbido por el gran grupo y nota una mano que le toca en la espalda.

-          ¿Qué te ha pasado? ¿te has agarrado a una moto de la organización?- pregunta Fausto.

-          La emoción de la carrera, ya sabes…- y Serse sonríe a Fausto.

 

Pasan los kilómetros y Serse siente como el agua y el barro que levantan las ruedas de las bicicletas se le ha ido adhiriendo a su piel. En la cara el sudor y el barro forman una mezcla que a veces le entra en su boca. La mezcla sabe a sal y a arena por lo que escupe cuando nota ese sabor. Cuando siente sed echa mano del bidón y también escupe el primer trago por el barro que se ha quedado en la boquilla de éste. Al igual que su cara, siente su espalda y el culo calados por el agua y el barro que son expulsados por su propia rueda trasera. En esos momentos se siente guarro. Serse maldice a los adoquines, al barro, al agua y al belga y dos franceses que se han ido por delante del grupo delantero en el que está. Lleva algo menos de 240 kilómetros de etapa en las piernas, quedan unos diez kilómetros para terminar y lo peor de todo es que el ritmo del pelotón es frenético. “Al menos ya solo queda un tramo de pavés más”, se consuela.

Serse mira a su hermano Fausto y reconoce la mueca de sufrimiento que en pocas ocasiones le ha visto. Cuando Fausto sufre sobre la bicicleta, tuerce la cara y su vista parece perdida. También arruga la nariz y levanta un poco el labio superior. Como si Fausto supiera que la mirada de su hermano Serse fuese una pregunta le dice:

-          ¡Uffffff! No voy. No tengo piernas.

Serse se sorprende al ver que él va más entero que su hermano Fausto. ¿Cuántas pedaladas han compartido juntos? ¿Cuántos miles de kilómetros de entrenamientos alrededor de Novi Ligure? Y siempre Fausto más entero y por delante de él. ¿Cuántas veces no se ha dado por vencido cuando subiendo cualquier cuesta en paralelo a Fausto ha sido incapaz de mantener el ritmo que imponía él? Y ahora es él el que va mejor. Serse nota que aún tiene fuerzas y se mantiene en la cabeza del pelotón mientras su hermano aguanta como puede en la cola del mismo.

El último tramo de pavés está en la ciudad de Roubaix. Es corto y Serse apenas lo nota bajo él. Cuando lo pasa se siente liberado del maldito traqueteo y en su cabeza solo le ronda la idea de llegar al velódromo. El ritmo en el pelotón es muy alto. Parece como si todos hubiesen olvidado los casi 250 kilómetros recorridos, los tramos de pavés, las caídas, las averías mecánicas, el agua y el barro. Todos están nerviosos por llegar lo antes posible. Eso a pesar de que estando tan cerca de meta está claro que la victoria de la carrera se la van a disputar los tres de delante. La llegada al velódromo de Roubaix es precedida por una curva que hay que tomar con prudencia, Serse lo hace y sigue en la zona delantera del grupo. Una vez en el velódromo, los ciclistas tienen que dar una vuelta y media para terminar la carrera. Antes de pasar por primera vez por meta, Serse levanta un momento la cabeza para hacerse a la idea de como tiene que lanzar el sprint. Sin querer observa a los tres escapados que ya están en la línea de meta. No le da tiempo a analizar mucho más, puesto que tiene que hundir su cabeza en el manillar para mantener la velocidad y defender su posición. Aunque no sea el sprint de la victoria, lo va a disputar. Cuando quedan algo menos de doscientos metros un belga que va delante suyo lanza el sprint poniéndose de pie sobre su bicicleta. Serse se incorpora también sobre ella y empieza a adelantarle por su derecha. Primero alcanza su rueda trasera, después pasa al propio ciclista. Es en ese momento cuando el contrincante ha notado su presencia y trata de apretar más. Cuando Serse va a alcanzar su rueda delantera imagina que es la de Fausto. Por un momento en la que las dos ruedas van en paralelo cree que no va a poder con él, que Fausto una vez más será mejor y que él de nuevo habrá perdido. Pero Serse, en un último y desesperado esfuerzo hunde con rabia aún más los pedales, estira su bicicleta con las dos manos alejándola de sí mismo y pasa por delante del belga en la línea de llegada. Serse está exhausto.

La inercia de la bicicleta hace que ruede durante bastantes metros sin dar una sola pedalada. Ha recorrido un lateral completo de la pista y decide terminar la vuelta por lo que empieza a pedalear otra vez lentamente. En esas primeras pedaladas después del sprint se nota las piernas cargadas. Hay muchos ciclistas a lo largo del recorrido por lo que los tiene que esquivar. Entre ellos está Mahé, que está dando la vuelta de honor, él ha sido el ganador de la carrera. Cuando llega de nuevo a meta ve a Fausto que está hablando con un juez de carrera. Fausto está haciendo gestos ostensibles y el juez de carrera le enseña las dos palmas de las manos como pidiendo calma. Cuando los hermanos cruzan las miradas Fausto indica a Serse que vaya hasta allí. Cuando llega, su hermano le dice.

-          Los tres primeros se han equivocado de recorrido y tienen que ser descalificados. ¡Has ganado la carrera Serse!

Serse se queda sin palabras. Le invade una sensación de euforia pero también de intranquilidad. No tiene tan claro como Fausto que le vayan a dar como ganador tan fácilmente.

-          Pero ¿Qué ha ...?

Serse no termina de preguntar porque le corta el juez de carrera increpando a Fausto:

-          Eso tenemos que estudiarlo, ha sido un error de la organización.- con la mirada empieza a buscar a alguien por detrás de los Coppi para salir de la situación- Discúlpenme tengo que tratar el asunto.

El juez de carrera se marcha dejando a los dos hermanos.

-          Serse, tranquilo. Voy a hacer todo lo posible para que se reconozca tu victoria. ¡Has ganado la París- Roubaix!

Fausto abraza a Serse y éste se emociona por las palabras de su hermano. Sabe que va a luchar todo lo que pueda para que le otorguen la victoria y se pregunta qué podría hacer sin él.

La noticia de la posible descalificación había corrido rápido entre todos los presentes, incluso antes de que llegara el pelotón, por lo que los ciclistas que rodean a los hermanos comienzan a felicitar a Serse, los periodistas empiezan a hacer fotos y la gente posa junto al campeón. Finalmente se acerca un juez de carrera a y le dice que él será quien suba al pódium como primero de la carrera. Serse pasa el brazo por detrás a Fausto y le da un beso en la mejilla. Alguien inmortaliza el gesto con una fotografía.

 

 

El deporte en general y el ciclismo en particular son bastante crueles con aquellos que acompañan y llevan al ganador a la victoria. Podríamos recitar de memoria los ganadores de los últimos años del Tour, Giro y cualquier otra clásica, pero es difícil que nos acordemos de algunos o todos los compañeros que les ayudaron a conseguirlas. Siempre recordamos al ganador, pero no al compañero que le ayudó para conseguirla. Y es que hay quién dirá que el ciclismo es un deporte individual. Y lo es en cuanto a que la bicicleta es impulsada por UNO MISMO, pero a partir de ahí el componente grupal y la colaboración de los compañeros es una parte fundamental para que se pueda conseguir cualquier tipo de victoria individual. En el argot ciclista, aquellos que acompañan al líder se denominan gregarios. Este término no es casualidad ya que el fin de su trabajo es acompañar y cubrir las necesidades de aquel. Suministrarle agua, comida, ropa de abrigo y en caso necesario darle su propia bicicleta si es que le hace falta.

Fausto fue el primer ciclista moderno en muchas cosas. Se preocupaba por mantenerse extremadamente delgado en épocas de competición y llevaba una estricta dieta. Fue de los primeros que contó con masajes varias veces por semana y era muy perfeccionista en sus entrenamientos. Como no podía ser de otra manera, también impulsó la labor del gregario para conseguir sus propias victorias. Y si Fausto fue el primer ciclista moderno, Serse fue el primer gregario de lujo. No solo porque le acompañara y trabajara para él en cada carrera, si no porque le acompañaba más allá de ellas. Serse era el complemento perfecto de Fausto y aquel que le daba ánimos cuando el campionissimo no se sentía como tal.

En una época en la que llevar la chichonera no estaba bien visto, Serse sufrió una fuerte caída. Era el 20 de junio de 1951 y se disputaba la etapa que finalizaba en Torino durante el transcurso del Giro del Piamonte. Como tan solo se encontraba a un kilómetro de meta se subió a su bicicleta y llegó a ella. Una vez en el hotel comenzó a quejarse de un fuerte dolor de cabeza y media hora después perdió el conocimiento. Nunca más lo recuperó. Los que conocieron a Fausto coincidieron en señalar que desde la muerte de su hermano jamás volvió a ser el mismo.

                Este relato pretende ser un homenaje a Serse, el gregario de lujo de Fausto, sin el cual no habría conseguido muchas de sus victorias.

 

Sesenta y cinco años después de aquello, la París- Roubaix sigue siendo una de esas carreras que no deja indiferente a nadie que la corra o la vea. Sigue habiendo casi 50 kilómetros de duro pavés en casi 30 tramos en los que un lateral sin adoquines puede dar un respiro a los ciclistas. Aún hoy en día puedes ver el barro adherido a los ciclistas, si es que ha llovido días antes, y si no ha sido así, es el polvo el que deja la huella en sus rostros cansados.

Valga este relato como homenaje también para ella, para la grande entre las grandes. La París- Roubaix.