miércoles, 1 de octubre de 2014

Segundo, el impulso (VII)


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Jesse compatibiliza de la mejor manera que puede clases, trabajo y entrenamientos. De todo, son los estudios lo que peor lleva. Al final del año aprueba raspado muchas de las asignaturas e incluso llega a rogar a algunos profesores que no le suspendan para que Charles pueda seguir entrenándole el año siguiente.
Durante el verano, en el trabajo cada dos días que encola o pone cordones, consigue que le destinen a hacer el reparto en una vieja bicicleta llena del calzado reparado. Los lleva a todas partes de la ciudad, clientes y zapaterías. La fábrica- taller en la que está contratado tiene tanta reputación que incluso se encargan de los artículos más exclusivos que las zapaterías de barrio no pueden reparar. Jesse termina aprendiendo de memoria todos los barrios y calles de Cleveland. 

El primer día de su segundo año de instituto, Jesse y sus compañeros de clase ya no son novatos. Se permiten quedarse en la puerta de entrada para ver a la gente nueva. Hay pocos negros entre tantos blancos. Entre los primeros, Jesse se fija en una chica que sube por las escaleras. Tiene un cuerpo delgado que le hace parecer frágil, su cara es de niña. El pelo largo y algo rizado lo lleva recogido en una coleta. Jesse contiene la respiración mientras la ve pasar. No consigue ver el color de sus ojos ya que mira al suelo mientras abraza con fuerza una carpeta contra su pecho. Envidia a la carpeta por estar en contacto con ella. Va acompañada muy de cerca por otra chica negra, “deben ser amigas”, piensa Jesse. Cuando la chica entra por la puerta y sale de su campo de visión, Jesse suspira.
Durante todo el día no consigue quitarse de la cabeza a la chica de la carpeta.

Al día siguiente la espera en el mismo sitio y a la misma hora. La ve pasar otra vez. Va con su amiga, lleva la misma carpeta y la mirada otra vez clavada al suelo. Jesse no le quita los ojos de encima. No puede evitarlo. De repente, cuando ella está a su altura, le mira y dice:
—Hola.
Jesse no respira, se queda de piedra, intenta contestar pero no puede. Tiene un nudo en la garganta. Más bien tiene cientos de nudos. Se ha quedado atrapado en sus ojos marrones de otoño cuando ella ha levantado la mirada hacia él. Ella entra al instituto. Al principio Jesse maldice lo torpe que es, lo tonto que le habrá parecido a la chica cuando no ha sabido ni responder a un “hola”.
Durante otro día no consigue quitarse a esa chica de la cabeza y no para de repetirse a sí mismo que mañana le dirigirá la palabra.

A la mañana siguiente Jesse la espera en otro sitio diferente. Es en la entrada del patio, mucho antes del sitio donde se han visto los dos días anteriores. Piensa que la acompañará andando hasta la entrada del instituto y hablará con ella. ¿Hablará? Espera no quedar como un tonto como el día anterior. Cuando la ve venir desde lejos se da cuenta que no va acompañada de su amiga. Jesse traga saliva. Ella también le ve. Al pasar cerca saca fuerzas y la saluda:
—Hola.
—Hola.
—Mi nombre es Jesse.
—Yo soy Ruth.
Se estrechan las manos. Ambos se encaminan hacia el instituto cruzando el patio. Jesse se queda en blanco. No sabe que decir ¿Y ahora qué? Decide preguntar lo primero que se le pasa por la cabeza:
—¿Vienes desde muy lejos?
—¿Cómo? —ella se sorprende por la pregunta.
—Digo que si vienes desde muy lejos... andando —aclara él, nervioso.
—Un poco, vivo en el barrio de Old Brooklyn.
Jesse ha ido bastante a ese barrio en bicicleta. Ha llevado calzado a muchas personas que viven allí y hay una zapatería que les hace muchos encargos. Conoce las calles como la palma de su mano. La curiosidad le puede y pregunta:
—¿En qué calle?
Ruth mira a un lado y a otro. Duda.
—En la calle Edgar Allan Poe, el de los cuentos de terror.
—¡Ah! La conozco —sonríe Jesse. Mira a Ruth, pero ella está mirando el suelo.
En el hall de la entrada la amiga de Ruth aparece detrás de ambos:
—No me has esperado para venir —la dice.
—He salido de casa un poco antes —responde algo nerviosa— os presento. Jesse, ella es Eli. Eli, él es Jesse.
Se saludan. Siguen andando por el pasillo hasta que Jesse se para frente a la clase de Ruth:
—Voy a mi clase. Eli, encantado. Ruth, si paso por la Calle Edgar Allan Poe, te aviso, ¿Vale?
—¿La calle Edgar Allan Poe? —su amiga mira a Ruth con gesto de sorpresa —¿Qué tiene que ver esa calle contigo?
Ruth mira al suelo avergonzada. Eli ha descubierto su engaño. Jesse no dice nada, se quiere morir. Se marcha rápido de allí.

Continúa aquí.