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Viene de aquí.
Jesse
compatibiliza de la mejor manera que puede clases, trabajo y entrenamientos. De
todo, son los estudios lo que peor lleva. Al final del año aprueba raspado
muchas de las asignaturas e incluso llega a rogar a algunos profesores que no
le suspendan para que Charles pueda seguir entrenándole el año siguiente.
Durante el
verano, en el trabajo cada dos días que encola o pone cordones, consigue que le
destinen a hacer el reparto en una vieja bicicleta llena del calzado reparado.
Los lleva a todas partes de la ciudad, clientes y zapaterías. La fábrica-
taller en la que está contratado tiene tanta reputación que incluso se encargan
de los artículos más exclusivos que las zapaterías de barrio no pueden reparar.
Jesse termina aprendiendo de memoria todos los barrios y calles de Cleveland.
El primer día
de su segundo año de instituto, Jesse y sus compañeros de clase ya no son
novatos. Se permiten quedarse en la puerta de entrada para ver a la gente nueva.
Hay pocos negros entre tantos blancos. Entre los primeros, Jesse se fija en una
chica que sube por las escaleras. Tiene un cuerpo delgado que le hace parecer
frágil, su cara es de niña. El pelo largo y algo rizado lo lleva recogido en
una coleta. Jesse contiene la respiración mientras la ve pasar. No consigue ver
el color de sus ojos ya que mira al suelo mientras abraza con fuerza una
carpeta contra su pecho. Envidia a la carpeta por estar en contacto con ella.
Va acompañada muy de cerca por otra chica negra, “deben ser amigas”, piensa
Jesse. Cuando la chica entra por la puerta y sale de su campo de visión, Jesse
suspira.
Durante todo
el día no consigue quitarse de la cabeza a la chica de la carpeta.
Al día
siguiente la espera en el mismo sitio y a la misma hora. La ve pasar otra vez.
Va con su amiga, lleva la misma carpeta y la mirada otra vez clavada al suelo.
Jesse no le quita los ojos de encima. No puede evitarlo. De repente, cuando
ella está a su altura, le mira y dice:
—Hola.
Jesse no
respira, se queda de piedra, intenta contestar pero no puede. Tiene un nudo en
la garganta. Más bien tiene cientos de nudos. Se ha quedado atrapado en sus
ojos marrones de otoño cuando ella ha levantado la mirada hacia él. Ella entra
al instituto. Al principio Jesse maldice lo torpe que es, lo tonto que le habrá
parecido a la chica cuando no ha sabido ni responder a un “hola”.
Durante otro
día no consigue quitarse a esa chica de la cabeza y no para de repetirse a sí
mismo que mañana le dirigirá la palabra.
A la mañana
siguiente Jesse la espera en otro sitio diferente. Es en la entrada del patio,
mucho antes del sitio donde se han visto los dos días anteriores. Piensa que la
acompañará andando hasta la entrada del instituto y hablará con ella. ¿Hablará?
Espera no quedar como un tonto como el día anterior. Cuando la ve venir desde
lejos se da cuenta que no va acompañada de su amiga. Jesse traga saliva. Ella
también le ve. Al pasar cerca saca fuerzas y la saluda:
—Hola.
—Hola.
—Mi nombre es
Jesse.
—Yo soy Ruth.
Se estrechan las
manos. Ambos se encaminan hacia el instituto cruzando el patio. Jesse se queda
en blanco. No sabe que decir ¿Y ahora qué? Decide preguntar lo primero que se
le pasa por la cabeza:
—¿Vienes
desde muy lejos?
—¿Cómo? —ella
se sorprende por la pregunta.
—Digo que si
vienes desde muy lejos... andando —aclara él, nervioso.
—Un poco,
vivo en el barrio de Old Brooklyn.
Jesse ha ido
bastante a ese barrio en bicicleta. Ha llevado calzado a muchas personas que
viven allí y hay una zapatería que les hace muchos encargos. Conoce las calles
como la palma de su mano. La curiosidad le puede y pregunta:
—¿En qué
calle?
Ruth mira a
un lado y a otro. Duda.
—En la calle
Edgar Allan Poe, el de los cuentos de terror.
—¡Ah! La
conozco —sonríe Jesse. Mira a Ruth, pero ella está mirando el suelo.
En el hall de
la entrada la amiga de Ruth aparece detrás de ambos:
—No me has
esperado para venir —la dice.
—He salido de
casa un poco antes —responde algo nerviosa— os presento. Jesse, ella es Eli.
Eli, él es Jesse.
Se saludan.
Siguen andando por el pasillo hasta que Jesse se para frente a la clase de
Ruth:
—Voy a mi
clase. Eli, encantado. Ruth, si paso por la Calle Edgar Allan Poe, te aviso,
¿Vale?
—¿La calle
Edgar Allan Poe? —su amiga mira a Ruth con gesto de sorpresa —¿Qué tiene que ver
esa calle contigo?
Ruth mira al
suelo avergonzada. Eli ha descubierto su engaño. Jesse no dice nada, se quiere
morir. Se marcha rápido de allí.
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