Si quieres leer desde el principio, pincha aquí.
De camino al
entrenamiento de atletismo, Charles no deja de recordar el ensayo del chico
negro delgado y enclenque llamado Jesse. Más que al ensayo en sí, le da vueltas
a la carrera que hizo para conseguirlo. En pocos metros imprimió una velocidad
tan fuerte que nadie fue capaz de cogerle. A un entrenador de atletismo como él
no se le escapa la demostración de potencia de Jesse. Es un diamante en bruto. Aunque
si se hubiese tratado de una carrera de velocidad no habría sido perfecta. No
levantó bien los talones hacia atrás y el tronco se balanceó al compás del
movimiento de las piernas. Con algunas mejoras podía haber ido aún más rápido.
Cuando entra
en la pista de atletismo ve a varios jóvenes que están en el césped del
interior de la pista. Algunos le saludan levantando la mano: “hola entrenador”.
Se mueven rítmicamente levantando alternativamente las rodillas hasta la
cintura. Entonces se le ocurre que solo hace falta pulir un poco para dar forma
al diamante.
Mientras
Charles observa los ejercicios de los atletas, en la otra punta de la ciudad
Jesse se encamina a su trabajo. No hace mucho que ha salido del instituto y
después de comer un pequeño sándwich entra en un viejo almacén que hace las
veces de taller de calzado. En ella se encarga de la fabricación y reparación
de calzados. Hay días que pone cordones y plantillas a cientos de pares de
zapatos, otros se encarga de limpiarlos, cepillarlos y darles cera. Nada más
entrar uno de los encargados se acerca a él: “Hoy te toca encolar”. Jesse
suspira, es lo que peor lleva.
En la pequeña
habitación sin ventanas pega las suelas con las zapatillas mediante una cola
especial. Primero lo hace con una brocha que llena de pegamento, repartiéndola
a partes iguales entre la suela y el cuerpo del zapato, luego aprieta fuerte,
quita el pegamento sobrante y deja que actúe. Cuando lleva varios zapatos
siente como el vapor y del pegamento sube hacia su cara, entra en su boca y se
introduce en lo más profundo de su nariz. Tanto que le taladra y le irrita la
garganta. Tiene una arcada. Para de encolar y se lleva la mano a la boca. Pero
nota el olor del pegamento también en sus manos. El sándwich se le revuelve en
el estómago. Aguanta. Al poco tiempo tiene una segunda y otra tercera náusea
seguida. Tras la cuarta sale rápidamente de la habitación vomitando la comida
en la papelera de un compañero que está poniendo cordones. Cuando termina
vuelve a la habitación. Tiene que seguir encolando.
Continúa aquí.
Continúa aquí.