jueves, 18 de septiembre de 2014

Segundo, el impulso (III)

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De camino al entrenamiento de atletismo, Charles no deja de recordar el ensayo del chico negro delgado y enclenque llamado Jesse. Más que al ensayo en sí, le da vueltas a la carrera que hizo para conseguirlo. En pocos metros imprimió una velocidad tan fuerte que nadie fue capaz de cogerle. A un entrenador de atletismo como él no se le escapa la demostración de potencia de Jesse. Es un diamante en bruto. Aunque si se hubiese tratado de una carrera de velocidad no habría sido perfecta. No levantó bien los talones hacia atrás y el tronco se balanceó al compás del movimiento de las piernas. Con algunas mejoras podía haber ido aún más rápido.
Cuando entra en la pista de atletismo ve a varios jóvenes que están en el césped del interior de la pista. Algunos le saludan levantando la mano: “hola entrenador”. Se mueven rítmicamente levantando alternativamente las rodillas hasta la cintura. Entonces se le ocurre que solo hace falta pulir un poco para dar forma al diamante.
Mientras Charles observa los ejercicios de los atletas, en la otra punta de la ciudad Jesse se encamina a su trabajo. No hace mucho que ha salido del instituto y después de comer un pequeño sándwich entra en un viejo almacén que hace las veces de taller de calzado. En ella se encarga de la fabricación y reparación de calzados. Hay días que pone cordones y plantillas a cientos de pares de zapatos, otros se encarga de limpiarlos, cepillarlos y darles cera. Nada más entrar uno de los encargados se acerca a él: “Hoy te toca encolar”. Jesse suspira, es lo que peor lleva.
En la pequeña habitación sin ventanas pega las suelas con las zapatillas mediante una cola especial. Primero lo hace con una brocha que llena de pegamento, repartiéndola a partes iguales entre la suela y el cuerpo del zapato, luego aprieta fuerte, quita el pegamento sobrante y deja que actúe. Cuando lleva varios zapatos siente como el vapor y del pegamento sube hacia su cara, entra en su boca y se introduce en lo más profundo de su nariz. Tanto que le taladra y le irrita la garganta. Tiene una arcada. Para de encolar y se lleva la mano a la boca. Pero nota el olor del pegamento también en sus manos. El sándwich se le revuelve en el estómago. Aguanta. Al poco tiempo tiene una segunda y otra tercera náusea seguida. Tras la cuarta sale rápidamente de la habitación vomitando la comida en la papelera de un compañero que está poniendo cordones. Cuando termina vuelve a la habitación. Tiene que seguir encolando.

Continúa aquí.