jueves, 23 de octubre de 2014

Segundo, el impulso (IX)


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Viene de aquí.
Cuando las noticias de la caída de la bolsa de Nueva York llegan a Jesse, éste no piensa que aquello le pueda afectar. Todo suena muy lejano y extraño. En la radio escucha noticias espeluznantes sobre gente que trabaja en los grandes bancos que se suicidan disparándose en la cabeza o tirándose de los rascacielos. También hablan con palabras económicas que no conoce como deflación, devaluación de la moneda, crisis económica... Todo aquello parece de otro mundo. Él sigue haciendo su vida normal, va al instituto acompañando a Ruth, entrena con Charles y trabaja por las tardes en la fábrica de calzado. Unos días reparando y otros repartiendo, como lleva haciendo desde hace un par de años. Algunos compañeros del taller están asustados por la noticia de lo que ya se denomina el “crack de la bolsa”. Él, al contrario que ellos, está tranquilo.
Una tarde al ir a trabajar se da cuenta que el taller está cerrado. Se extraña y vuelve a casa. Al día siguiente sigue cerrado a cal y canto. Decide esperar sentado en la puerta por si alguien aparece. Después de un par de horas, llega uno de los encargados. Se acerca a Jesse y le dice que ya no hay más trabajo. Están arruinados.
Jesse vuelve para casa con las manos en los bolsillos. Cuando llega se lo dice a su familia, todos se muestran preocupados. Afortunadamente su padre mantiene el puesto de trabajo en la metalúrgica y, hasta que Jesse encuentre algo, pueden ir tirando con lo poco que han ido ahorrando.
Es positivo. No hay mal que por bien no venga y como parece que en una temporada no tiene que ir a trabajar por las tardes, aprovecha para prepararse con el resto de atletas que entrena Charles. Así puede compararse con los demás, saber por el mismo si tanto entrenamiento merece la pena y conocer a gente que corre.

El primer día que entra en la pista se sorprende. Nunca ha estado antes en una. Le parece enorme, tanto que cree que las distancias deben estar equivocadas respecto a las que le ha contado Charles en más de una ocasión. Le llama la atención la débil capa de tierra que la cubre, es muy fina. Apoya uno de los pies firmemente y se da cuenta que le da la suficiente sujeción para correr seguro. Los restos de tiza marcan las líneas que dividen la pista. Dibujan las calles, las salidas y la única meta. Charles se acerca y comienza a acompañarle por el recorrido. Le explica el número de calles. La primera es la más importante, su línea interior tiene exactamente la distancia reglamentaria, 400 yardas. En las carreras de fondo es conocida como la cuerda, aquella que marca el límite de la pista con el césped interior.
—Los corredores de fondo se matan por ir por ella. Así consiguen hacer menos curva que los demás y por lo tanto menos distancia.
Jesse está sorprendido, no había caído que las calles más exteriores hacen más recorrido. Charles le lleva a los puntos de salida de las carreras de 100 yardas. Están al fondo de la larga recta que se sale del propio círculo que forma la pista.
—Aquí es donde saldrás de la manera que te he explicado. Manos en la línea, rodilla izquierda apoyada y pierna derecha estirada.
Cuando siguen rodeando la pista le cuenta como se compensan las diferentes salidas para la carrera de 200 yardas, algunas están más cerca de la llegada respecto a las demás. Cuanto más alejada está de la primera calle están más cerca de la meta. Todo tiene que ver con el radio de la curva y los metros de más que hacen los de las calles externas. Aunque a Jesse le parezca mentira todos corren la misma distancia.
—La calle por la que uno va es fundamental para el desarrollo de la carrera. Dependiendo de donde salgas vas a poder ver a los rivales y saber si llevarás la iniciativa o no.
Al final van hacia un foso de arena que está dentro del círculo de la pista.
—Este es el foso del salto largo. Aún no lo hemos practicado porque no hemos podido entrenar aquí. Con la velocidad que podrías desarrollar corriendo —señala una larga recta que llega hasta el foso —y con un poco de técnica estoy seguro que destacarás también aquí.
En ese momento llegan los demás corredores, son mayores que Jesse. Uno a uno se van presentando. Todos le conocen gracias al entrenador, que les ha hablado mucho de él.
Empiezan a calentar y practican la técnica de carrera. Después hacen 15 series de 400 yardas (una vuelta completa a la pista) con algo de descanso entre una y otra. Jesse llega el primero en todas. Al final de las series, unos comienzan a descansar y otros a hacer gimnasia. Charles se dirige a todos:
—¿Qué os dije muchachos? ¿Es bueno o no es bueno?
Cuando la sesión ha terminado Charles se despide de Jesse:
—Hoy por fin has conocido lo que es una pista. Ahora ya solo te queda saber lo que es realmente el atletismo.
Jesse sonríe. Para él aún es solo una cuestión de correr más o menos.

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miércoles, 8 de octubre de 2014

Segundo, el impulso (VIII)



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Jesse va de camino al instituto, cabizbajo. Esa mañana entra pronto, pero no va a esperar a Ruth en la puerta como así ha hecho los otro días. Y no lo va a hacer porque esté enfadado con ella, ni mucho menos. Entiende que le dijera la primera calle que se le pasó por la cabeza cuando le preguntó en cual vivía. ¿Cómo se le ocurrió preguntarle eso? ¿Cómo se lo iba a decir así, a la primera de cambio? ¿En que estaba pensando? Ese es el problema: no piensa cuando ella está cerca. No sabe el motivo, ni la razón. Se pone nervioso, se bloquea. Sólo puede mirarla embobado.  
Se siente avergonzado de sí mismo. Tanto que no quiere volver a verla. Más bien no quiere que ella le vea a él. Afortunadamente Ruth es de primero año y el de segundo, no tendrían por qué coincidir en las clases, que es bastante. Ha pensado mucho en ello, la clase de ella está cuatro puertas más cerca de la entrada que la suya por lo que es Jesse el que pasará por donde ella. Menos mal. No quiere imaginarse que se ella quien pase por la puerta de su clase y le viera. También podrían verse en los momentos comunes como los recreos. Pero él lo tiene fácil, ya que en ese tiempo aprovecha para entrenar con Charles en el gimnasio, o en el patio trasero. Lo malo, recuerda, que de vez en cuando hay gente que en el tiempo de recreo también se deja pasar por allí, ¿y si fuera Ruth? Uffff. Se intenta convencer de que es mejor no pensarlo.
Termina de subir las escaleras del instituto mirando al suelo, distraído. Ve una pequeña china, le da una patada y esta sale disparada hacia las piernas de una chica que se apartan de la trayectoria de la piedra.
—¡Vaya! Solo faltaba esto —cuando levanta la mirada se da cuenta que es Ruth. Al menos en su tono no hay enfado.
Jesse se queda congelado. Quiere morirse de la vergüenza. Mira otra vez al suelo.
—¡Ups! Perdona. Ha sido…
—Bueno, realmente soy yo quien te debe una disculpa… —Ruth no le deja terminar.
—No te preocupes. No debí… —nervioso se rasca la sien.
Tras un breve silencio, Ruth le dice:         
—¿Qué te parece si empezamos de nuevo? —ella sonríe mientras le tiende la mano en señal de saludo —mi nombre es Minnie Ruth Salomón.
Jesse la mira sorprendido, se descubre sonriendo también y estrechando su mano.
—El mío es Jesse Owens.
—Muy bien, Jesse Owens. Así que llevas un año estudiando aquí por lo que creo que puedes contarme algunas cosas…
Los dos se sientan en el último peldaño de las escaleras y hablan del instituto, de los profesores. El chico se da cuenta que puede enlazar palabra tras palabra y mantiene una conversación fluida con ella mientras que mira sus preciosos ojos marrones. Inexplicablemente puede conservar la calma, observa las pequitas que cubren su carita y admira su gesto: su mano apoyada en la barbilla mientras con la otra se aparta el pelo que le cae en la frente.
No son conscientes que han pasado cientos de alumnos por la puerta hasta que suena un timbre llamando a la primera clase. Jesse le dice a Ruth:
—Creo que es hora de ir a clase.
—Sí. Es la hora.
Ambos se levantan y entran en el edificio. Antes de cruzar la puerta de su clase, Ruth le dice:
—Mark Twain. Vivo en la Calle Mark Twain. Ya sabes, el de las aventuras de Huckleberry Finn.
Jesse solo puede sonreír. Cuando Ruth no le ve el chico brinca de alegría.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Segundo, el impulso (VII)


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Jesse compatibiliza de la mejor manera que puede clases, trabajo y entrenamientos. De todo, son los estudios lo que peor lleva. Al final del año aprueba raspado muchas de las asignaturas e incluso llega a rogar a algunos profesores que no le suspendan para que Charles pueda seguir entrenándole el año siguiente.
Durante el verano, en el trabajo cada dos días que encola o pone cordones, consigue que le destinen a hacer el reparto en una vieja bicicleta llena del calzado reparado. Los lleva a todas partes de la ciudad, clientes y zapaterías. La fábrica- taller en la que está contratado tiene tanta reputación que incluso se encargan de los artículos más exclusivos que las zapaterías de barrio no pueden reparar. Jesse termina aprendiendo de memoria todos los barrios y calles de Cleveland. 

El primer día de su segundo año de instituto, Jesse y sus compañeros de clase ya no son novatos. Se permiten quedarse en la puerta de entrada para ver a la gente nueva. Hay pocos negros entre tantos blancos. Entre los primeros, Jesse se fija en una chica que sube por las escaleras. Tiene un cuerpo delgado que le hace parecer frágil, su cara es de niña. El pelo largo y algo rizado lo lleva recogido en una coleta. Jesse contiene la respiración mientras la ve pasar. No consigue ver el color de sus ojos ya que mira al suelo mientras abraza con fuerza una carpeta contra su pecho. Envidia a la carpeta por estar en contacto con ella. Va acompañada muy de cerca por otra chica negra, “deben ser amigas”, piensa Jesse. Cuando la chica entra por la puerta y sale de su campo de visión, Jesse suspira.
Durante todo el día no consigue quitarse de la cabeza a la chica de la carpeta.

Al día siguiente la espera en el mismo sitio y a la misma hora. La ve pasar otra vez. Va con su amiga, lleva la misma carpeta y la mirada otra vez clavada al suelo. Jesse no le quita los ojos de encima. No puede evitarlo. De repente, cuando ella está a su altura, le mira y dice:
—Hola.
Jesse no respira, se queda de piedra, intenta contestar pero no puede. Tiene un nudo en la garganta. Más bien tiene cientos de nudos. Se ha quedado atrapado en sus ojos marrones de otoño cuando ella ha levantado la mirada hacia él. Ella entra al instituto. Al principio Jesse maldice lo torpe que es, lo tonto que le habrá parecido a la chica cuando no ha sabido ni responder a un “hola”.
Durante otro día no consigue quitarse a esa chica de la cabeza y no para de repetirse a sí mismo que mañana le dirigirá la palabra.

A la mañana siguiente Jesse la espera en otro sitio diferente. Es en la entrada del patio, mucho antes del sitio donde se han visto los dos días anteriores. Piensa que la acompañará andando hasta la entrada del instituto y hablará con ella. ¿Hablará? Espera no quedar como un tonto como el día anterior. Cuando la ve venir desde lejos se da cuenta que no va acompañada de su amiga. Jesse traga saliva. Ella también le ve. Al pasar cerca saca fuerzas y la saluda:
—Hola.
—Hola.
—Mi nombre es Jesse.
—Yo soy Ruth.
Se estrechan las manos. Ambos se encaminan hacia el instituto cruzando el patio. Jesse se queda en blanco. No sabe que decir ¿Y ahora qué? Decide preguntar lo primero que se le pasa por la cabeza:
—¿Vienes desde muy lejos?
—¿Cómo? —ella se sorprende por la pregunta.
—Digo que si vienes desde muy lejos... andando —aclara él, nervioso.
—Un poco, vivo en el barrio de Old Brooklyn.
Jesse ha ido bastante a ese barrio en bicicleta. Ha llevado calzado a muchas personas que viven allí y hay una zapatería que les hace muchos encargos. Conoce las calles como la palma de su mano. La curiosidad le puede y pregunta:
—¿En qué calle?
Ruth mira a un lado y a otro. Duda.
—En la calle Edgar Allan Poe, el de los cuentos de terror.
—¡Ah! La conozco —sonríe Jesse. Mira a Ruth, pero ella está mirando el suelo.
En el hall de la entrada la amiga de Ruth aparece detrás de ambos:
—No me has esperado para venir —la dice.
—He salido de casa un poco antes —responde algo nerviosa— os presento. Jesse, ella es Eli. Eli, él es Jesse.
Se saludan. Siguen andando por el pasillo hasta que Jesse se para frente a la clase de Ruth:
—Voy a mi clase. Eli, encantado. Ruth, si paso por la Calle Edgar Allan Poe, te aviso, ¿Vale?
—¿La calle Edgar Allan Poe? —su amiga mira a Ruth con gesto de sorpresa —¿Qué tiene que ver esa calle contigo?
Ruth mira al suelo avergonzada. Eli ha descubierto su engaño. Jesse no dice nada, se quiere morir. Se marcha rápido de allí.

Continúa aquí.