jueves, 30 de julio de 2015

El niño y las llaves.



I´m just trying to survive
What if what you do to survive
kills the things you love?
Fear´s a powerful thing
It can turn your heart black you can trust
It´ll take your God filled soul
And fill it with devils and dust

Bruce Springsteen. Devils and dust.

Solo estoy tratando de sobrevivir 
¿Y si lo que haces para sobrevivir 
mata las cosas que amas? 
El miedo es algo poderoso,
puede convertir tu corazón en negro.
Tomará el Dios de tu alma 
y lo llenará de diablos y polvo 




Esta foto tiene mucho significado. Quizá te resulte una foto sencilla, ¿qué pinta una manita de bebé (mi hijo) sujetando unas llaves (las de mi casa y por lo tanto su casa)? Al niño no se le ve la cara por lo que no queda claro cuál es el motivo de la foto ni que se busca con ella, ¿las llaves? ¿el niño? Lo cierto es que hace casi cuatro años pensaba que esta foto jamás podría hacerla. De ahí el significado que tiene para mí.
Desde que comenzaron los problemas pensé que se solucionarían relativamente rápido. Al principio confié en la buena fe de la gente que tenía capacidad de solucionar el problema. Después no.
Detrás de un escollo que aún no estaba resuelto esperaba otro aún peor: retraso en las obras, concurso de acreedores, pruebas médicas, negociaciones con el administración concursal, citas sin fecha, acuerdos con SAREB… y los ahorros de toda una vida pendientes de un hilo. Escollos tras escollos, ¿por qué no se podía resolver todo de un plumazo? Todo se volvió negro. Parecía que no podía escapar de todo aquello que me estaba afectando a mi día a día, a mi humor y a mi relación. Me despertaba sobresaltado por las noches pensando en (literalmente) matar al cabrón que nos estaba puteando. Hasta entonces nunca había sentido el sabor metálico de querer matar a alguien. No me servía la bicicleta ni el deporte como válvula de escape cuando otras veces así lo había sido. Tampoco repetirme una y otra vez que todo eso no era importante, que lo que sí lo era es la salud, la propia y la de los míos. Pero tampoco me valía de nada y no salía del oscuro ciclo.
Entonces se me ocurrió escribir un libro. Así me centraría en otra cosa durante el tiempo que no paraba de darle vueltas al coco. ¿Sobre qué podía escribirlo? Ya que el deporte y la bici en particular habían significado tanto para mí, pensé en escribir sobre Gino Bartali, el ciclista que había salvado a 800 judíos durante la segunda guerra mundial (y a un cristiano después de que muriera). Entonces, cuando me despertaba sobresaltado por las noches, en lugar de darle vueltas a lo mismo trataba de imaginarme el desarrollo de las etapas del Tour, del Giro, las subidas a puertos míticos de los Alpes, los Pirineos y en cómo podía enfocar la novela. Ya no volví a notar el sabor metálico al despertarme sobresaltado.
Después de eso, me he dado cuenta que tuve que empezar a escribir un libro sobre ciclismo para recordarme algo que me había enseñado la bicicleta hace muchos años: no se puede pretender subir un puerto de primera de una sola pedalada.
Desde que me enfrenté a mi primer puerto de este tipo tuve claro que antes de nada hay que conocer cómo es: cuantos kilómetros tiene, que metros de desnivel subes, el perfil… Con eso puedo calcular el porcentaje medio de sus rampas y de sus kilómetros. Porque metido en la faena de subir un puerto de primera, inconscientemente lo divido en kilómetros. Así, a medida que voy subiendo, mentalmente descuento los que me quedan para llegar a la cima y acabar con el esfuerzo.
Eso sí, si el kilómetro es duro, si el cansancio comienza a estar presente en el ritmo del pedaleo, si la respiración se convierte en jadeos… entonces ese kilómetro hay que dividirlo para dosificar los esfuerzos. Lo que hago es partir mentalmente el kilómetro hasta donde la vista me alcanza. Normalmente suelen ser curvas. Las hay abiertas que se confunden con el paisaje si están lejos. También las hay tan cerradas que no me permiten ver la carretera hasta que no las tengo encima. Luego están las temidas revueltas que hay que saber afrontar por su lado con menos pendiente. Si el kilómetro se me hace duro lo dividido a su vez en curvas. Curva a curva completo los kilómetros que me harán subir el puerto.
Pero, ¿qué ocurre cuando veo que entre curva y curva hay una gran cuesta? Aquella en la que no me queda más remedio que ponerme de pie encima de la bicicleta, brazos a las manetas y bailar de un lado a otro. Da igual en que kilómetro esté y la cantidad de tramos entre curva y curva que haya afrontado. Si levanto la mirada para ver lo que queda no puedo hacer otra cosa nada más que suspirar. Sé que la gasolina se va acabando, quizá no pueda con ella… pues hay que seguir dividiendo para vencerla. Porque, aunque en ese momento no lo crea, no hay una cuesta que mantenga la pendiente de sus rampas igual, por muy corta que sea. Tengo que dividir la cuesta en rampas. Primero una y después la otra. Reservando en la primera para afrontar la segunda, para superar la cuesta, llegar a la curva, para terminar el kilómetro de todos los que me quedan del puerto de primera.
Hay líneas en la carretera. Están en el centro de la calzada si es una carretera principal. Si voy por un puerto de alta montaña tendría que fijarme en el arcén, ahí también están. Son blancas, cortas o largas, estilizadas o gruesas y lo más importante: regulares. Si me he fijado en ellas es porque voy por una rampa dura, muy dura que hace el ritmo sea lento, muy lento. Siento como las piernas me queman y la respiración lleva un ritmo delirante. No dejo de sudar por todo mi cuerpo y no paro de mirar todo el rato el desarrollo que llevo para comprobar tristemente que he metido todo. No me queda nada para suavizar la fuerza que estoy haciendo. Me fijo en las líneas que voy superando porque cuando no puedo más afrontando las rampas (que determinan las cuestas para llegar a las curvas que harán que termine el kilómetro y después el puerto de primera) me dan fuerzas para culminarlas.
Cuando voy al límite y creo que no puedo dividir más el esfuerzo para superar las líneas me doy cuenta de una cosa: Pedaleo. Siento el movimiento. Cuando un pie baja, el otro sube. Y cuando sube, noto como toda la pierna se relaja, aunque sea poco. Ínfimo. Por fin noto un breve respiro. Después de pasar ese momento de debilidad puedo seguir dividiendo el puerto en líneas, rampas, cuestas, curvas y kilómetros para batirlo.
Así volví a recordar que los grandes problemas, como un puerto de primera, hay que dividirlos, partirlos en otros más pequeños que puedan resolverse mejor.
Y si no se solucionan, hay que dividirlos más aún.
Escollo tras escollo.
Y si hace falta pedalada a pedalada.
Así hasta que los pequeños problemas permiten dar un respiro.
Por eso no se puede pretender subir un puerto de primera de una sola pedalada.
Gracie, Gino. Te sigo debiendo un libro.

jueves, 8 de enero de 2015

Crónica de la San Silvestre Vallecana 2014

¿Si siempre es el mismo recorrido por qué no haces el mismo tiempo? Eso me dijeron hace poco menos de una semana. Ahora la pregunta resuena otra vez en mi cabeza cuando tan solo quedan unos segundos para que arranque la carrera. Por supuesto que el reto sigue siendo bajar de los 38 minutos que me permitirían repetir el año que viene. Ni que decir tiene que también es el mismo circuito, el de todos los años en los que he participado.
 
Lo cierto es que si es el mismo recorrido y yo soy el mismo que la corro desde hace años, es lógico pensar que haré siempre el mismo tiempo. Pero no. Mientras rodaba en los calentamientos antes de las series que he ido haciendo desde entonces, he llegado a la conclusión que el tiempo que haga en la carrera va a depender de diferentes variables que he trabajado durante el año:
 
X: Fondo. Esta variable la desarrollo durante el verano con la bicicleta. Si en la edición de 2012 hice un buen resultado en la carrera que va a arrancar en pocos minutos fue también por la cantidad de kilómetros que hice en ella. Y es que ese año hice las marchas de El soplao y la Perico que preparé a conciencia. Me recuerdo que este pasado verano apenas he cogido la bici, solo los fines de semana así que poco va a ayudar. Esta variable es importante pero no la más. En la fórmula tiene una progresión geométrica multiplicada por 3. 3x, eso es.
 
Y: velocidad. Esta variable la trabajo a partir de octubre. No es ni más ni menos que la velocidad máxima a la que he corrido en las series: de un minuto, pirámides, cuestas, progresivos... Este año he intentado ir al máximo y me probé en la carrera de Rivas de 5.300 metros, donde pesa más la variable y que la x. Hice un discreto 19:48 lo que es un ritmo de 3:42 el km. Está bien pero tendría que haber sido mejor si aquí quiero bajar de 38, que es a menos de 3:48 el kilómetro. Esta sí que es la más importante y su progresión es exponencial. Será y3.
 
G: golosadas. O lo que es lo mismo, la cantidad de dulces y comilonas que me he dado en los últimos días. A nadie se le escapa que esta carrera se disputa en unas fechas muy malas como para privarse de estos caprichos. Y creo que el plato combinado de lomo con huevos y patatas que me he metido para el cuerpo a la hora de comer no me va a ayudar mucho. En la fórmula esta variable es negativa. Y tiene una progresión geométrica. -2g.
 
N: Pensamientos negativos durante la carrera. Y es que ¿cuantas veces no he perdido una carrera contra mí mismo pensando en cosas negativas? Que mira que mal he salido, que si voy demasiado rápido, si voy lento, tenía que haberme colocado delante... Me repito (porque en todas las carreras me lo digo antes de salir) que no debo pensar en negativo. Y como negativo que es, ese es su valor aritmético por ella misma: -n.
Y por último la variable c: c de Cojones. Porque sé que cuando el cansancio me pueda, cuando el resto de variables hayan echado el resto, esta será la única que se mantenga. Como solo por cojones no se consiguen las cosas, el valor es aritmético por ella misma: c. A secas.
 
Finalmente la función queda así:
ƒ(Estado de forma para bajar de 38)= 3x+y3-g-n+c
Si, lo sé, cualquiera podría tumbarme la fórmula. No vale para nada. Sus unidades no son homogéneas y no está empíricamente demostrada. Pero a falta de segundos para empezar a correr poco importa. Aunque sí lo suficiente.
 
Avisan que quedan segundos pero no hay cuenta atrás. Solo un pistoletazo. Pongo el GPS en marcha y a correr. La salida es frenética. Voy pegado a otros corredores y abro los brazos con las manos por delante. Me empujan desde atrás y trato de amortiguar lo máximo, pero con la inercia empujo a su vez al que tengo delante. No me piden perdón. Yo tampoco lo hago.  Es lo que hay y todos lo sabemos. A los pocos metros ya se puede correr mejor y bajo los brazos.
 
Subiendo Concha Espina no dejo de mirar el suelo sobre el que pisa el atleta que tengo frente a mí. Hay socavones revienta tobillos cada dos por tres y trato de evitarlos. Cuando llegamos arriba giramos por Serrano. Comienzo a bajar. Empezamos a formar un pequeño pelotón que vamos al mismo ritmo. Veo mujeres y hombres que llevan camisetas conocidas de otras muchas carreras: AD Maratón, Diablillos, AD Alcorcón...
 
No llevamos más de unos centenares de metros después del giro y de repente se va la luz. ¿Qué pasa? Mis ojos tardan un instante en adaptarse a la oscuridad y no dejo de mirar el suelo un par de metros delante. A duras penas se ve el asfalto e incluso a los corredores que tengo alrededor. Unos gritan, otros no paran de decir "¡cuidado cuidado!". Otro bromea diciendo que si los que viven en la calle Serrano no son capaces de pagar las facturas de la luz. Solo veo bien el suelo reflejado en verde o rojo cuando pasamos bajo algún semáforo. Después de casi un minuto que se hace eterno, por fin veo al fondo unas farolas encendidas y al poco entro en los nuevos haces de luz. Si pienso en el tiempo que habré perdido corriendo a oscuras le voy a dar alas a la variable n. Miro el GPS. Voy a buen ritmo. El suficiente para bajar de 38. Olvido el apagón.
 
Alfombrilla del kilómetro 2,5. La piso, miro el GPS y hago cálculos en mi cabeza. Debería pasar antes de 9:42. Lo he hecho antes. Bien. Pero también pienso que debo reservar para los dos kilómetros finales. Bajo un poco el ritmo y los compañeros que llevaba casi desde el principio se van hacia delante. Se van los AD Maratón, Diablillos y AD Alcorcón y poco a poco me empieza a absorber otro pelotón. Me doy cuenta que hay más gente que en otras ocasiones. Vamos ocupando toda la anchura de la calle Serrano.
 
Alfombrilla del kilómetro 5 frente al museo del Prado. Miro el GPS. El ritmo es más bajo que la del 2,5, pero era lo esperado después de bajar la velocidad. El tiempo es bueno y voy reservando para los últimos 2 kilómetros. Pienso en la carrera de Rivas. Terminaba unos metros después de esa alfombrilla y estoy en esa marca. Estoy forzando la variable y.
 
Atocha y después Menéndez Pelayo. Ahora hay mucha más afición a un lado y a otro de la calle. Intento afinar el oído por si oigo a Carol. Me ha dicho que estaría por aquí. Hay tanta gente y forman tanto bullicio que no escucho bien.
 
Pacifico. A mi derecha las oficinas donde trabajo. No quiero mirar el edificio, ni las letras de color azul que lo identifican. No lo hago. Hoy es el último día de un año que laboralmente es mejor olvidar por lo que hay que intentar pensar que el que mañana empieza será mejor. Aunque en realidad llevo más de un año jodido, ¿qué puede hacerme pensar que será mejor? Que sí, que puede ser mucho peor: que me hayan echado a mí, que no tenga trabajo... pero eso no quita que me joda. Quizá el problema sea mío, quizá idealizo el trabajo, le pongo más sentimiento y ya se sabe lo que pasa cuando uno se toma así las cosas. Lo que en otras ediciones de esta carrera era orgullo y satisfacción por pasar cerca de mi trabajo ahora es rabia. Rabia. Entro en un bucle. La variable n se acrecienta. Tengo que pensar en otra cosa porque estoy a punto de irme mentalmente de la carrera. Pienso en Gino y la Bicicleta. GI-NO. BI-CI-CLE-TA. Me imagino a Gino bajando por aquí, por Ciudad de Barcelona con su bicicleta de acero, su cambio vitoria y rodando a toda pastilla. Yo también me veo sobre mi bici: plato grande, manos en la parte baja del manillar, cabeza baja. En lugar de correr estoy pedaleando y la velocidad se acrecienta. Lo olvido.
 
Almohadilla del 7,5 antes del giro a Monte Igueldo. Miro el GPS. Estoy donde, casi cuando quería. Al fin y al cabo la fórmula del estado de forma se limita al espacio- tiempo. ¡Eso es! Esas son las unidades. Estar en el sitio y el momento que uno quiere, o más bien puede. Miro a la derecha, están mi padre y mi tío donde siempre. Levanto la mano para hacerles ver que les he visto y les oigo un "¡vamos, vamos!". Por Vallecas empieza una nueva carrera sin arco de salida. Y es la más importante. Pienso en ritmos y variables. La x va jodida, la y al máximo y la c aún por entrar en juego. Al final de la calle hay una subida que conozco. No por ella bajo el ritmo. Cuando la ataco subo también por la cuesta del Cerro y la empinadísima de la carrera de Arganda. Estoy también allí. Pero lo curioso es que cuando entrenaba en esos sitios también estaba subiendo aquí. Y ahora. Delante mía hay dos corredores que van  más lentos que yo. Fuerzo al máximo la y. Voy a pasarles por la izquierda pero la gente que anima tapona el espacio y por la derecha adelanta otro. No puedo pasar. ¡No puedo pasar! Noto como tengo que bajar el ritmo. Mierda. Mis piernas respiran pero yo no quiero que lo hagan. Cuando terminamos la cuesta me meto por la izquierda. Si un aficionado se asomara ahora me lo llevaría colgado, pero no sale ninguno. Ufff. Pienso en el tiempo perdido. Aumento el ritmo como aumenta n. Mierda. Pienso que no debía haber bajado la velocidad al principio. Mierdamierda. Aumenta mucho más n. Cuando paso por el kilómetro 9 voy apurado pero compruebo el tiempo. Trato de olvidar el tapón y pienso que puedo meter el tiempo. Puedopuedopuedo. Ahora ya no queda nada que rascar de x, ni de y, ni de su... madre. Solo queda la c. Y si va a ser por cojones tengo que adelantar a todos los atletas que van a mi lado para que no me taponen en la cuesta que queda antes de entrar al estadio. Me pongo a ello, adelanto a dos. Otro más adelante. Pero sigue habiendo más y más gente.
 
Voy a tope. Respiro agitado. Siento más rápido de lo que respiro y respiro más rápido de lo que pienso. Y lo que pienso es que quiero que esto termine pero siento. Siento agonía por el esfuerzo y por no conseguir el tiempo que quiero.
 
¿Dónde está el estadio? ¿Por qué hay tanto giro y tanto callejeo? Última cuesta bordeando el estadio. Miro el GPS. Algo más de un minuto para meter el tiempo. Otro tapón de corredores aunque aquí hay vallas para evitar que los que animan se echen encima. Al final termino adelantándolos cruzándome desde la izquierda hacia la derecha. Hago más metros. Mierdamierda. Queda tan poco que ya da igual n. Sé lo que queda para terminar: 300 ó 400 metros como mucho. Si fuera Jesse en la final de los 100 de Berlín lo metería sin problemas. Hago cálculos para pensar y así dejar de sufrir: 10,03 en 100 metros es un cálculo bastante redondo: a 10 m/s que en minuto/km es a 1:40. Con lo que queda por hacer me conformaría con algo menos de la mitad de lento. Pero no. Termina la cuesta, entrada al estadio. Noto una arcada ¿por qué tiene que venir ahora la variable g? No contaba con ella. Se va tan rápido como ha venido. Alfombrilla sobre el césped como otros años. Eso conlleva perdida de tracción. Veo la meta, solo quedan dos curvitas de 90° para llegar a ella. Son cerradas por lo que perderé tiempo en los giros. Sigo rodeado de mucha gente. Antes de la siguiente curva adelanto a dos y al girar tengo de frente la grada. La misma en la que venía a ver el fútbol con mi abuelo. Entonces pienso en Alex y quiero que en la próxima edición, cuando tenga un añito, venga al estadio acompañado de su madre para ver a su padre. Así como hace años su padre venía con su bisabuelo a ver al Rayito. Miro el tiempo de la meta. Sólo quedan segundos para pasar el 38. Sé que no lo voy a meter. No tiro la toalla, hay veces que estos cacharros fallan y no puedo sacrificar todo este esfuerzo. No, eso no. Última curva. Aprieto más. Esprinto. Siento un golpe en mi tripa. Es el codo de un corredor que iba delante de mí. No es que me haya dado, es que yo me he llevado el codo por delante al esprintar. Entro en meta cuando el cronómetro ha pasado un par de segundos el minuto 38.
 
Paro. No lo he conseguido.
 

domingo, 2 de noviembre de 2014

Segundo, el impulso (X)



Viene de aquí. 
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Jesse comienza a competir, y también a ganar. En los campeonatos juveniles consigue imponerse en algunas carreras de 100 y de 200 yardas. Incluso lo hace en alguna de 220 que se realizan sobre una larga y a veces interminable recta. Hace sus pinitos en las pruebas de salto largo, aunque éstas le cuestan más. Aún no consigue dominar la técnica, pero logra alcanzar tal impulso antes de saltar que lo suple por una increíble velocidad punta.
También es capaz de conseguir algunas victorias de equipo como las de los juegos interescolares que se disputan a nivel de Estado. Jesse es quien consigue el mayor número de puntos, los decisivos, para alzar a su equipo entre los primeros puestos.
Poco tiempo después, Jesse barre en todas las pruebas en las que se presenta. Con quince años corre las 100 yardas en 11 segundos, rompiendo el récord mundial de secundaria en salto largo. Durante dos años consecutivos Jesse lleva a su equipo al campeonato del estado y, entre medias, iguala o bate récords en salto largo, los de 100 y 200 yardas y la prueba de relevos junto a sus compañeros de equipo.
Aun así Charles es precavido. Antes de cada carrera le recuerda que tiene que mejorar en dos puntos clave: la salida y acortar el desarrollo de la velocidad máxima. Debe potenciar la capacidad de reacción, que es fundamental para comenzar a correr en cuanto dan el pistoletazo de salida así como la potencia para poder desarrollar lo antes posible la velocidad máxima. Tanto es así que la mayor parte de las carreras son iguales: es de los últimos en empezar a correr, eso le hace ir a remolque. Sigue por detrás cuando se enfrenta a chicos que son más potentes físicamente pero cuando alcanza la velocidad punta la mantiene por más tiempo a diferencia del resto. Por eso adelanta a los rivales y gana.
Charles sabe que con más trabajo y disciplina puede conseguir mucho más. Por eso, a pesar de las victorias, insiste antes de cada carrera en la visualización de ésta. Le lleva a la salida antes del calentamiento le hace cerrar los ojos y respirar relajadamente. Le dice despacio lo que espera de él: precisión y rapidez en la salida, constancia y determinación para alcanzar antes la velocidad. Empuje. Fuerza.
La rapidez que le falta en la salida le sobra en lo personal. Un caluroso día de julio de 1930, él y Ruth se casan. Aún él no ha cumplido los diecisiete y ella tiene quince recién cumplidos. Ambas familias y todos los que les conocen opinan que es precipitado, que son demasiado jóvenes. Todos lo piensan, menos ellos dos. ¿Para qué esperar cuando has conocido a tu alma gemela? El banquete es sencillo, los invitados los justos, incluido Charles, por supuesto. Después de casarse, viven en casa de los padres de Jesse. Se mantienen de los pequeños trabajos que él consigue y del escaso sueldo que Ruth tiene en una peluquería en la que ha empezado a trabajar hace unos meses. Cuando consiguen ahorrar algo más, se independizan yéndose a vivir a una pequeña casa en Cleveland.
El 8 de agosto de 1932 Ruth da a luz a su primera hija, Gloria.

jueves, 23 de octubre de 2014

Segundo, el impulso (IX)


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Viene de aquí.
Cuando las noticias de la caída de la bolsa de Nueva York llegan a Jesse, éste no piensa que aquello le pueda afectar. Todo suena muy lejano y extraño. En la radio escucha noticias espeluznantes sobre gente que trabaja en los grandes bancos que se suicidan disparándose en la cabeza o tirándose de los rascacielos. También hablan con palabras económicas que no conoce como deflación, devaluación de la moneda, crisis económica... Todo aquello parece de otro mundo. Él sigue haciendo su vida normal, va al instituto acompañando a Ruth, entrena con Charles y trabaja por las tardes en la fábrica de calzado. Unos días reparando y otros repartiendo, como lleva haciendo desde hace un par de años. Algunos compañeros del taller están asustados por la noticia de lo que ya se denomina el “crack de la bolsa”. Él, al contrario que ellos, está tranquilo.
Una tarde al ir a trabajar se da cuenta que el taller está cerrado. Se extraña y vuelve a casa. Al día siguiente sigue cerrado a cal y canto. Decide esperar sentado en la puerta por si alguien aparece. Después de un par de horas, llega uno de los encargados. Se acerca a Jesse y le dice que ya no hay más trabajo. Están arruinados.
Jesse vuelve para casa con las manos en los bolsillos. Cuando llega se lo dice a su familia, todos se muestran preocupados. Afortunadamente su padre mantiene el puesto de trabajo en la metalúrgica y, hasta que Jesse encuentre algo, pueden ir tirando con lo poco que han ido ahorrando.
Es positivo. No hay mal que por bien no venga y como parece que en una temporada no tiene que ir a trabajar por las tardes, aprovecha para prepararse con el resto de atletas que entrena Charles. Así puede compararse con los demás, saber por el mismo si tanto entrenamiento merece la pena y conocer a gente que corre.

El primer día que entra en la pista se sorprende. Nunca ha estado antes en una. Le parece enorme, tanto que cree que las distancias deben estar equivocadas respecto a las que le ha contado Charles en más de una ocasión. Le llama la atención la débil capa de tierra que la cubre, es muy fina. Apoya uno de los pies firmemente y se da cuenta que le da la suficiente sujeción para correr seguro. Los restos de tiza marcan las líneas que dividen la pista. Dibujan las calles, las salidas y la única meta. Charles se acerca y comienza a acompañarle por el recorrido. Le explica el número de calles. La primera es la más importante, su línea interior tiene exactamente la distancia reglamentaria, 400 yardas. En las carreras de fondo es conocida como la cuerda, aquella que marca el límite de la pista con el césped interior.
—Los corredores de fondo se matan por ir por ella. Así consiguen hacer menos curva que los demás y por lo tanto menos distancia.
Jesse está sorprendido, no había caído que las calles más exteriores hacen más recorrido. Charles le lleva a los puntos de salida de las carreras de 100 yardas. Están al fondo de la larga recta que se sale del propio círculo que forma la pista.
—Aquí es donde saldrás de la manera que te he explicado. Manos en la línea, rodilla izquierda apoyada y pierna derecha estirada.
Cuando siguen rodeando la pista le cuenta como se compensan las diferentes salidas para la carrera de 200 yardas, algunas están más cerca de la llegada respecto a las demás. Cuanto más alejada está de la primera calle están más cerca de la meta. Todo tiene que ver con el radio de la curva y los metros de más que hacen los de las calles externas. Aunque a Jesse le parezca mentira todos corren la misma distancia.
—La calle por la que uno va es fundamental para el desarrollo de la carrera. Dependiendo de donde salgas vas a poder ver a los rivales y saber si llevarás la iniciativa o no.
Al final van hacia un foso de arena que está dentro del círculo de la pista.
—Este es el foso del salto largo. Aún no lo hemos practicado porque no hemos podido entrenar aquí. Con la velocidad que podrías desarrollar corriendo —señala una larga recta que llega hasta el foso —y con un poco de técnica estoy seguro que destacarás también aquí.
En ese momento llegan los demás corredores, son mayores que Jesse. Uno a uno se van presentando. Todos le conocen gracias al entrenador, que les ha hablado mucho de él.
Empiezan a calentar y practican la técnica de carrera. Después hacen 15 series de 400 yardas (una vuelta completa a la pista) con algo de descanso entre una y otra. Jesse llega el primero en todas. Al final de las series, unos comienzan a descansar y otros a hacer gimnasia. Charles se dirige a todos:
—¿Qué os dije muchachos? ¿Es bueno o no es bueno?
Cuando la sesión ha terminado Charles se despide de Jesse:
—Hoy por fin has conocido lo que es una pista. Ahora ya solo te queda saber lo que es realmente el atletismo.
Jesse sonríe. Para él aún es solo una cuestión de correr más o menos.

Continúa aquí.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Segundo, el impulso (VIII)



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Viene de aquí.

Jesse va de camino al instituto, cabizbajo. Esa mañana entra pronto, pero no va a esperar a Ruth en la puerta como así ha hecho los otro días. Y no lo va a hacer porque esté enfadado con ella, ni mucho menos. Entiende que le dijera la primera calle que se le pasó por la cabeza cuando le preguntó en cual vivía. ¿Cómo se le ocurrió preguntarle eso? ¿Cómo se lo iba a decir así, a la primera de cambio? ¿En que estaba pensando? Ese es el problema: no piensa cuando ella está cerca. No sabe el motivo, ni la razón. Se pone nervioso, se bloquea. Sólo puede mirarla embobado.  
Se siente avergonzado de sí mismo. Tanto que no quiere volver a verla. Más bien no quiere que ella le vea a él. Afortunadamente Ruth es de primero año y el de segundo, no tendrían por qué coincidir en las clases, que es bastante. Ha pensado mucho en ello, la clase de ella está cuatro puertas más cerca de la entrada que la suya por lo que es Jesse el que pasará por donde ella. Menos mal. No quiere imaginarse que se ella quien pase por la puerta de su clase y le viera. También podrían verse en los momentos comunes como los recreos. Pero él lo tiene fácil, ya que en ese tiempo aprovecha para entrenar con Charles en el gimnasio, o en el patio trasero. Lo malo, recuerda, que de vez en cuando hay gente que en el tiempo de recreo también se deja pasar por allí, ¿y si fuera Ruth? Uffff. Se intenta convencer de que es mejor no pensarlo.
Termina de subir las escaleras del instituto mirando al suelo, distraído. Ve una pequeña china, le da una patada y esta sale disparada hacia las piernas de una chica que se apartan de la trayectoria de la piedra.
—¡Vaya! Solo faltaba esto —cuando levanta la mirada se da cuenta que es Ruth. Al menos en su tono no hay enfado.
Jesse se queda congelado. Quiere morirse de la vergüenza. Mira otra vez al suelo.
—¡Ups! Perdona. Ha sido…
—Bueno, realmente soy yo quien te debe una disculpa… —Ruth no le deja terminar.
—No te preocupes. No debí… —nervioso se rasca la sien.
Tras un breve silencio, Ruth le dice:         
—¿Qué te parece si empezamos de nuevo? —ella sonríe mientras le tiende la mano en señal de saludo —mi nombre es Minnie Ruth Salomón.
Jesse la mira sorprendido, se descubre sonriendo también y estrechando su mano.
—El mío es Jesse Owens.
—Muy bien, Jesse Owens. Así que llevas un año estudiando aquí por lo que creo que puedes contarme algunas cosas…
Los dos se sientan en el último peldaño de las escaleras y hablan del instituto, de los profesores. El chico se da cuenta que puede enlazar palabra tras palabra y mantiene una conversación fluida con ella mientras que mira sus preciosos ojos marrones. Inexplicablemente puede conservar la calma, observa las pequitas que cubren su carita y admira su gesto: su mano apoyada en la barbilla mientras con la otra se aparta el pelo que le cae en la frente.
No son conscientes que han pasado cientos de alumnos por la puerta hasta que suena un timbre llamando a la primera clase. Jesse le dice a Ruth:
—Creo que es hora de ir a clase.
—Sí. Es la hora.
Ambos se levantan y entran en el edificio. Antes de cruzar la puerta de su clase, Ruth le dice:
—Mark Twain. Vivo en la Calle Mark Twain. Ya sabes, el de las aventuras de Huckleberry Finn.
Jesse solo puede sonreír. Cuando Ruth no le ve el chico brinca de alegría.