miércoles, 13 de agosto de 2014

Primero, la tierra (I)

viene de aquí


Para mi padre, por una vida dedicada al cuidado de la infancia
Y para mi madre, por su entrega, cariño y amor a su familia

 
El pequeño Jesse aún no es conocido como Jesse, pero eso ahora no importa. Lo que importa es que está sobre el regazo de su abuelo, su abuelo está sobre una mecedora, la mecedora sobre el patio de una casa y la casa sobre el Estado de Alabama.
El abuelo le canta una canción mientras balancea a ambos, incansablemente, hacia delante y hacia detrás. El nieto la ha escuchado muchas veces, tantas que ya la conoce de memoria y, a veces, la canta con él. Esta vez prefiere otra. Aun sabiendo que su abuelo no conoce más porque se lo ha dicho muchas veces, le pregunta:
Abuelo, ¿podrías cantarme otra canción? —el abuelo deja de cantar.
—Ya sabes que no sé ninguna más.
El pequeño Jesse ha oído cantar muchas a su madre y a su padre. Ellos son mucho más jóvenes que el abuelo, que debe tener muchos más años. Tantos, que es casi seguro que no dice su edad mostrando los dedos de las manos. ¿Cómo no va a saber alguna otra canción?
—Pero abuelo. Eres muy mayor, tienes que conocer alguna más. Por favor... 
—Sí. Soy muy mayor…
El abuelo deja de mecerse. Mira al horizonte. El pequeño Jesse se da cuenta y coge entre sus dos manitas la cara de su abuelo. Acerca su cara a la suya.
Al pequeño Jesse le gusta estudiar las miradas. Para él es un juego en el que intenta desentrañar sentimientos y emociones de aquellos que miran.  Ahora la mirada de su abuelo está vacía, apenas pestañea ¿acaso ve lo que está viendo? No. Realmente su abuelo no está viendo “lo que ve”.
El pequeño Jesse se asusta.
Porque los niños se asustan cuando los mayores se comportan de una manera que no es normal.
Abuelo, ¿qué te pasa?
El abuelo parpadea. Sin mirarle le dice:
¿Quieres que te cante otra canción? A ver que te parece esta.
Vuelve a mecerse mientras comienza una canción. No abre la boca. No tiene letra. El sonido sale de su garganta y es una melodía profunda. Apenas se oye. Tiene un único estribillo que repite una y otra vez. Jesse está a punto de decirle que eso no es una canción, pero encuentra en su mirada que es importante para el abuelo. Se recuesta en su pecho y escucha.
Durante un tiempo el abuelo canta hasta que deja de mecerse:
Déjame que te cuente algo.
Los dos bajan de la mecedora, se cogen de la mano y andan por el patio. El abuelo guía al pequeño Jesse hacía una zona donde no crece la hierba, allí se arrodilla sobre la tierra seca. Coge un puñado. Lo eleva y abre el puño dejándola caer en forma de polvo.
Por esta tierra hemos sido esclavos…
El pequeño Jesse no sabe que son los esclavos. Espera que el abuelo lo explique antes de preguntarle.
Porque hay veces que los adultos explican las cosas que los niños no saben lo que son sin llegar a preguntarles.
Tú eres libre.
La mirada del abuelo se vuelve agua. El pequeño Jesse no dice nada. Espera que el abuelo continúe.
Que nadie te obligue a hacer algo que no quieres hacer. Que nadie te insulte o te pegue. Que nadie te compre. Que nunca nadie sea más que nadie…
El pequeño Jesse no comprende, pero no pregunta. Hoy es mejor no preguntar.